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Bienvenido, canallín

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

La semana tuvo un hecho particular que por supuesto puede significar un derrotero nuevo en el devenir del futuro político de nuestro país.

El candidato presidencial derrotado en 2018, el joven panista Ricardo Anaya, ha anunciado que regresa de lleno a la actividad política (como si alguna vez se hubiera ido).

Luego de una carrera fulgurante, Anaya se hizo del control del Partido Acción Nacional con suma destreza. Fue capaz de arrebatarle el liderazgo absoluto al expresidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, quien junto con Vicente Fox Quesada son las únicas personas que han alcanzado la máxima magistratura del país. Fox, un político emanado del empresariado del Bajío mexicano, ganó las elecciones hace 20 años generando la esperanza de un nuevo régimen político, luego de casi 8 décadas de hegemonía priista, pero tenía en realidad poco arraigo partidista. Su estrella se debió a su enorme carisma e identificación con la iniciativa privada, pilar de la ideología de Acción Nacional.

Felipe Calderón, en cambio, fue un panista de cuna, un militante de cepa. Relacionado con el instituto político fundado por Manuel Gómez Morín por la militancia de su padre, Calderón Hinojosa conoció y transitó por todas las entrañas del panismo hasta que llegó a la presidencia nacional del Acción Nacional.

También fue coordinador de la fracción panista en la Cámara de Diputados en los tiempos en que gobernaba el propio Fox y en el mismo sexenio ocupó la Secretaría de Energía. Cuando se aproximaban los tiempos electorales, el entonces presidente de la república quería impulsar la candidatura de su secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, pero Felipe Calderón contaba con trayectoria, conexiones y sobre todo conocimiento profundo del funcionamiento de su ahora expartido, así que aun en contra de la voluntad presidencial se hizo de la candidatura.

El resultado de aquellos comicios hoy sigue siendo factor. En un cómputo oficial donde Calderón Hinojosa derrotó al favorito de entonces, el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador, por menos de 0.4 % de diferencia y apenas 300 mil votos, condenó al ganador a asumir su cargo en un país polarizado y a él con una legitimidad diezmada. Se atribuye incluso que su pronta declaratoria de guerra al narcotráfico que precipitó a México a un baño de sangre fue quizá por el ansia de obtener una legitimación que el apretado resultado electoral no le dio.

El antecedente de Calderón viene a cuento porque lo que este le hizo a Fox fue muy parecido a lo de Ricardo Anaya, que por un tiempo fuese apodado el "joven maravilla" de la política. Felipe, un engreído personaje político encontró en Ricardo a su némesis. Estudiosos y muy preparados los dos, el expresidente se encontraba después de que concluyó su gobierno sumamente desgastado y su sabiduría no amedrentaba en lo absoluto a la nueva estrella. Tan fue así que Anaya en su ansia por hacerse de la candidatura presidencial arrebató y despojó a muchos, entre ellos al calderonismo, que vio cómo el fallido candidato de 2018 incluso impidió que Margarita Zavala, brillante cuadro panista y esposa de Felipe, llegase siquiera a intentar hacerse de una curul en la Cámara baja.

Y como eso de Margarita, Ricardo dejó muchos heridos en el camino. Muchos rencores que hoy avisan de su retorno están prestos para dificultar un reascenso.

Sin embargo, en tiempos donde solo brilla una estrella, la del presidente López Obrador, que se ha dedicado a utilizar la tribuna más poderosa de México para seguir atacando a sus odiados, aunque su Gobierno parece ir a ningún lado, el que regrese Anaya es una gran noticia.

La competencia siempre es buena, en cualquier ámbito de la vida, máxime en la política. La tibia oposición que le puede presentar la llamada Alianza Federalista, conformada por diez gobernadores de extracción distinta a Morena, el partido del presidente, tiene por estar sujeta al final de cuentas a la Federación poco margen de maniobra, y el presidente con su autoridad moral de honestidad personal tiene hoy pocos rivales que se le puedan enfrentar.

Por eso la esperanza de Ricardo Anaya, que al menos pueda aglutinar a una oposición que pueda enfrentar en las urnas, principalísimo sitio donde habla la democracia, a un presidente que para un sector de la población mexicana está llevando a una polarización sin sentido a México, impidiendo la prosperidad anhelada. Por eso, bienvenido, Canallín, como despectivamente lo llamó el presidente López Obrador.

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