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Grito y silencio

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RENÉ DELGADO

La estampa pasará a la historia, pero no como el principal interesado quisiera.

El presidente de la República dando el grito de Independencia desde el balcón central de Palacio Nacional ante la Plaza de la Constitución vacía. Sin recibir por respuesta, y en coro, el apoyo de la gente respaldando los vivas y los mueres de quien se siente con liderazgo, poder y autoridad para dar y quitar vida.

Esa noche, en la teatralización del inicio de la gesta encabezada por Miguel Hidalgo y el ejercicio del poder en turno, el mandatario cumple con el rito y el mito de figurar, llene o no los zapatos, como legítimo heredero, guardián y continuador del movimiento popular que animó la Independencia y, más tarde, impulsó la Reforma y la Revolución. Esta vez, sin embargo, la escena se apartará del guión.

Así se transmita por redes, radio y televisión como un imprescindible espectáculo patrio, la ceremonia carecerá de su esencia: el respaldo popular jubiloso a la consigna presidencial. El grito no inviste al mandatario como un supuesto héroe en ciernes, no; es el coro popular el que -al asentir a su dictado- le concede ese posible fuero. Sin gente en el Zócalo se cubrirá el protocolo, recordará la efeméride y detonarán fuegos de artificio, pero no cumplirá el símbolo que representa.

Será el simulacro de un festejo imposible.

***

En la arena política -la plaza pública- donde el Ejecutivo se siente a sus anchas, la sana distancia le plantea un serio problema a su estilo y sentido del ejercicio del poder.

La pérdida de contacto con la base donde el mandatario se siente amparado, seguro y protegido. Vacío al cual se agrega, en el colmo del pretexto invertido, la ausencia de un adversario de talla, una reacción fuerte, donde justifique la imposibilidad de llevar a cabo su proyecto: la pretendida cuarta transformación del país que, obviamente, resiste ajustar a la circunstancia sanitaria, económica y política, la cual deja ver ahora titilar focos rojos de malestar y rebeldía social. No duda, pero no puede.

La fortuna, la suerte que tanto reconoce el presidente López Obrador como un factor fundamental de la política, le juega las contras. Y el tiempo, el otro factor determinante, se consume inexorablemente amenazando convertir el sexenio en un suspiro. Mal y de malas se ve al presidente de la República, ajeno al estratega que, otras veces, fue capaz de crecer ante el castigo, darle vuelta a la adversidad y, sobre la marcha, encontrar senderos distintos para llegar a la meta prevista.

Hoy es claro que no es lo mismo aspirar y acceder al poder, que ejercerlo y administrarlo.

***

El entusiasmo -por no decir, la esperanza- de darle perspectiva al país, sobre todo, horizonte a quienes en el mejor de los casos aparecían difuminados al fondo del paisaje o, en el peor, olvidados, marginados o desaparecidos, ha perdido su impulso original a causa de los tropiezos, las zancadillas y, desde luego, la epidemia que agravó la recesión económica provocada antes.

Ante ese cuadro tan complejo que exige poner en juego, sí, el instinto, pero también la inteligencia, la confusión nubla el tino de la gestión presidencial. Grandes motivos y pequeñas rencillas colman de conflictos profundos y pleitos mezquinos estos días, haciendo insoportable el presente e incierto el futuro... dejando sentir que, en realidad, se disputa el pasado remoto o reciente. No se advierte interés serio por refundar sin desenfundar la nación y la república en un marco de menor desigualdad y mayor entendimiento, con grandeza y sin pichicatería.

Día a día, se abre un nuevo frente mayor o menor que el anterior sin cerrar ninguno y, peor aún, en esa peligrosa práctica, se restan en vez de sumar aliados, al tiempo de confrontar a la prensa, el empresariado, los gobernadores, los intelectuales, los inversores, los movimientos y las organizaciones sociales, los consejeros o comisionados de institutos... dejando sentir la gana de cobrar venganza, o bien, dejando sentir que, en este país, no todos caben.

En ese ambiente confuso, polarizado y tenso, la posición y la oposición ante el poder abdican de la política, tentados por la idea de eliminar al contrario. No se muestran competentes, sino incompetentes y, en ese esquema, la descalificación, la sorna, el insulto, el revanchismo o la burla reemplazan al argumento y el debate serio, fracturando cualquier posibilidad de diálogo y acuerdo.

***

El telón de fondo de estos días es terrible.

Tanto se ha perdido la capacidad de asombro ante la muerte y la violencia que, al inventario de homicidios y delitos, ahora se agrega la cifra de la catástrofe sanitaria, como quien abre una nueva categoría en la bitácora fúnebre de un país exangüe.

Por si ello no bastara, se litiga si el desastre económico reviste la forma de una "L", una "U", una "V", una "W", mientras el presupuesto del año entrante acusa un reducido margen de maniobra y sacrifica obligaciones fundamentales de gobierno, en beneficio absurdo de megaobras de infraestructura que se podrían priorizar, aplazar o suspender en atención a la necesidad de cuidar, en más de un sentido, a la gente que supuestamente se quiere primar en el sexenio.

Continuar ese camino y esa impolítica, quizá, derive en el orgullo de haberlo intentado sin haber podido, pero dejará aún más lastimado y complicado al país.

***

Por eso, la noche del martes resonará, con todo y su eco, el grito desde el balcón presidencial, pero en una plaza vacía y una atmósfera de silencio, así truenen los cohetes.

Desde luego, el mandatario puede leer en estas líneas el argumento de un pasquín inmundo, pero no ignorar que, de seguir por donde va, terminará por suscribir una histerieta o una historieta con tinta de sangre y tragedia.

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