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PIÉNSALO, PIÉNSALO

ARTURO MACÍAS PEDROZA

El miedo a la muerte que no alcanzamos a sacar de nuestros corazones es el principal obstáculo de la pandemia. La esperanza está detenida con alfileres. Cada uno de nosotros vive, en algún aspecto de su vida, algo difícil que conduce al pensamiento de la muerte o de la ausencia de porvenir. La fe fundada en una práctica seria de la religión, permite superar esta tentación de desánimo. Está fe hay que actualizarla cada día. Hay también momentos excepcionalmente luminosos, especialmente útiles cuando la muerte ronda de formas variadas con consecuencias llenas de incertidumbre como el hambre, la inseguridad, el desempleo y la inestabilidad política. ¡Es la hora de la conversión, de la fe, de la proximidad con la Esperanza Cierta!

La hora de la fe, no es la cita con el más allá, no es el consuelo de un pedazo de nube, un arpa y unas alitas, sino el tiempo de ofrecer puntos de referencia que sirvan para caminar por esta vida; un ancla en los momentos de tormenta, un horizonte para encuadrar el pensamiento y darle sentido al vivir y al morir. No se puede navegar sin un rumbo. Como lo decía Séneca: "No hay ningún viento bueno para aquel que no sabe a donde va".

Los que temen morir es porque no han resuelto su vivir. Antes de ser una esperanza para el porvenir, la esperanza en la vida eterna es, para el presente, una exigencia.

El pavor a la muerte parece intencionalmente provocado cuando los datos sobre los muertos son puestos sobre todas las pantallas, como si de un marcador de un encuentro deportivo se tratase, mostrándonos los fallecidos por el virus y los relacionado con él, los profesionistas de la salud, los feminicidios, las víctimas de la violencia, los enfermos no atendidos, los muertos por deficiencias en los servicios de salud, etc. A ellos se añaden situaciones que evidencian un mundo y un país gravemente enfermo: la caída de la calidad de vida, la crisis ecológica, la deficiencia en la educación, la corrupción.

Las personas con una fe firme en la resurrección, saben que el que ha decidido amar no podrá ser detenido ni por la muerte, aunque sabe que deberá franquear la puerta y enfrentar lo desconocido. En nuestra sociedad, la muerte es al mismo tiempo muy presente y ensordecedoramente ausente. Invade nuestras pantallas, pero el que muere es escondido, apartado, reducido a polvo o desaparecido, aumentando aún más la angustia.

La sociedad que se construye sin Dios, genera una profunda angustia ante la muerte, manifestada de maneras múltiples: huidas a paraísos artificiales, actos de desesperación, problemas psicológicos, incapacidad de luchar por ideales trascendentes…

Si nada se espera después de esta vida; si la muerte es el final, la amenaza de muerte o el riesgo de morir implica la destrucción total de lo que somos. Pero la fe anuncia el crecimiento del hombre hacia una plenitud que jamás será satisfecha en este mundo. La humanización trasciende los límites de lo terrenal e impulsa al hombre más allá del sol; la trascendencia es esencial al ser humano. Es por eso que lo primero que hace un represor o un tirano es quitar la fe para poder manipular a base del miedo la voluntad del quien se quiere explotar.

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