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El Informe que pasó de noche

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Si no te ha sorprendido nada extraño durante el día, es que no ha habido nada".— John Wheeler

Si antes de la pandemia resultaba difícil mover lo que algunos llaman "el elefante reumático", la circunstancia a la que nos enfrentamos complica aún más lograr todo aquello que nos fue prometido tras el triunfo de la actual administración. El brío del ayer desaparece a pasos agigantados.

Así lo admite, sin decirlo, un presidente casado con ideas fijas e incapaz de rectificar el rumbo frente a la emergencia nacional. López Obrador parece estar convencido que pese a los imponderables que vivimos, no existe apremio en modificar la estrategia pues se trata de la fórmula correcta.

"Por lo menos mi Gobierno no será recordado por corrupto", señala, porque en el fondo sabe que las cosas no han salido como él esperaba ni cambiado a la velocidad deseada. Pese a ello, se mantiene optimista y nos pide hacer lo propio.

Un mandatario al que según sus propias palabras le resulta complicado delegar, de ahí el poco margen de maniobra con el que cuenta el gabinete. Con sus excepciones, la mayoría de los hombres y mujeres que acompañan a López Obrador se encuentran ahí como elementos meramente decorativos y su función se limita a tener que obedecer y secundar al primer mandatario. Muchos de ellos, es evidente, se sienten frustrados y atados de manos. De eficacia mejor ni hablar: los éxitos y prácticas de buen gobierno brillan por su ausencia.

Ha sido tal la exposición mediática de un López Obrador decidido a centralizar todo en torno a su figura y repetir el mismo estribillo hasta el cansancio, que el Segundo Informe de Gobierno pasó de noche, confundido con otra mañanera. Francamente no hay mucho que opinar ni a favor ni en contra, extraviado el factor sorpresa y los resultados.

Parecemos estar condenados a la inercia y a un Gobierno que demasiado pronto tuvo que ponerse a nadar de muertito y sortear como pueda los cuatro años por venir.

Diversos analistas coinciden en que en el Informe no se dijo nada nuevo ni hubo sorpresas más allá de los actos de fe ciega a los que diariamente nos convoca López Obrador. En vez de plantear soluciones o convocar a un gran debate nacional --algo a lo que cualquier presidente estaría obligado a hacer ante una emergencia económica, sanitaria y de seguridad sin precedentes-- para López Obrador basta con combatir la corrupción y recortar el gasto del Gobierno y así saldremos de la crisis.

Pese a lo dicho por el secretario de Hacienda Arturo Herrera en el sentido de que nos encontramos en medio de una emergencia equiparable al de 1929 y que en 2021 no habrá fondos de contingencia a los cuales recurrir, López Obrador plantea un escenario optimista que hoy muy pocos, incluidos quienes votaron por él, comparten. Con una de las peores crisis económicas de la historia en ciernes y azotados por una pandemia cuyo pronóstico es desconocido, el presidente insiste en que el rumbo es el correcto y que el barco no habrá de naufragar.

Sin embargo, expertos en lenguaje corporal señalan lo evidente: Andrés Manuel López Obrador se encuentra preocupado y aunque tiene el respaldo y confianza de gran parte de la población, el ejercicio del poder comienza a pasarle la factura.

La pandemia, que claramente no es su culpa, nos ha llevado a poner la vista en lo evidente e irresuelto, que es muchísimo, y sólo lo ha acentuado aún más. Pese a ello, el presidente no apela al recato y a la mesura, sino que peca de triunfalista y ofrece una interpretación de la realidad en la que cada vez menos personas coinciden. "Soy el segundo mandatario mejor evaluado del mundo", festeja.

Hace unos días, tras la renuncia del secretario del Medio Ambiente, López Obrador admitió que antes pensaba que el estrés era un mal exclusivo de los pequeñoburgueses. Quizá hasta ahora y azorado por una realidad de la que nadie se escapa, es que el presidente comienza a ser víctima de los síntomas que nos aquejan a todos en tiempos tan inciertos.

A reserva de analizar la Glosa del Informe, es evidente que estamos en manos de un gobierno descoordinado e incapaz de planear a mediano y largo plazo. Todo parece irse decidiendo sobre la marcha y según el humor del día.

López Obrador quizá esté aquejado por el mal al cual sucumben muchos políticos: se llama todología. Al saberse poderosos, ello lleva a que nuestros mandatarios se sientan capacitados y expertos para operar en distintas pistas y vivir bajo la creencia de que todo pueden resolverlo por sí solos.

Sumémosle además que la clase política, en lugar de ponerse a trabajar en el hoy y así sortear la tormenta que nos espera, parece más preocupada en la elección del 2021 que otra cosa. En tanto, para el presidente no parecen existir sino dos narrativas: estar a favor o en contra, refrendar o demeritar al gobierno. El problema, para muchos, es que no nos queda claro qué pretende lograr una administración que parece gobernar únicamente para sus bases clientelares e ignora la diversidad del espectro social y las distintas problemáticas que lo aquejan. A eso nos han condenado, a observar la realidad nacional a partir de razonamientos primarios, a simplificar todo y rehuir al análisis y el debate de fondo.

El Informe fue un acto de fe, un reducto simplista, otra cartilla moral, oportunidad perdida o la interpretación feliz y plagada de buenos deseos que ni el propio presidente se compra, aunque afirme lo contrario.

La realidad nos obliga a dar un golpe de timón al tiempo que López Obrador se niega a modificar el rumbo. De seguir como vamos, en poco tiempo estaremos asistiendo a otro sexenio perdido.

Twitter @patoloquasto

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