¿De verdad será tan rudimentario que la venganza la hará tan burda? Empezar preguntando es para poder contextualizar lo que está sucediendo con el caso de Emilio Lozoya y las conexiones con la corruptora empresa Odebrecht.
Sin lugar a dudas el señor Lozoya se hizo rápidamente de una reputación de ser amante de sustraer ingentes cantidades del erario para su peculio; gustoso de la suntuosidad, de esa que para costearla se requieren los miles y los miles de pesos, pero que cuando estos se obtienen de manera sencilla o cuando los paga otro, que en este caso lo hacía con dinero del pueblo, todo es más simple.
El problema radica en el derrotero que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador le está dando a un asunto que en el papel debería ser estrictamente de justicia; si Lozoya robó, como tal parece que lo hizo, que responda ante la ley, la misma ley que prevé darles tratamiento especial a aquellos indiciados que decidan colaborar con las autoridades para poder esclarecer los delitos cometidos en asociación delictuosa, y es justo de donde se han apoyado para lograr lo que a leguas parece: cobrar una vil venganza política.
Si bien es cierto que el presidente de México no se cansa de decir que en él no cabe el rencor, sus acciones muestran un sentido contrario. Misteriosamente se filtra a la prensa íntegramente la denuncia de más de 60 fojas que Emilio Lozoya presenta en contra de todos aquellos a los que dice sobornó en este caso para que se aprobase la desdichada Reforma Energética, y casualmente aparecen los enemigos reales e imaginarios que el actual titular del Ejecutivo federal siempre ha esgrimido que padece en sus andanzas políticas de antes y de ahora.
En primera fila aparecen los expresidentes Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón y hasta su villano favorito: Carlos Salinas de Gortari, quien dejó el cargo hace casi 26 años.
En el caso de Peña, es fácil vincularlo con toda la trama de la constructora brasileña que ha ido por toda América Latina obteniendo contratos mediante el ofrecimiento de millonarios sobornos. Además, bajo el mismo concepto, el hoy acusante Lozoya señala a otros tantos personajes de la vida pública que curiosamente no están alineados con el proyecto del presidente López Obrador: los gobernadores panistas de Tamaulipas y Querétaro, Francisco García Cabeza de Vaca y Francisco Domínguez Servién, respectivamente, quienes eran legisladores en el tiempo que se procesó la dichosa reforma estructural del ramo de la energía, y hasta Ricardo Anaya, el joven y brillante orador también de Acción Nacional que sigue siendo blanco de los ataques desde el propio Palacio Nacional; lo fue durante su fallida campaña presidencial en tiempos en que Peña detentaba el poder y lo es ahora en la administración de Andrés Manuel, quien no lo soporta por representar todo lo que él aborrece: tipos educados en el extranjero, de tez blanca y modales refinados.
De última hora se ha dado a conocer que existen también videos, tales como los que circulan donde una persona entrega bolsas transparentes con fajillas de billetes a un par de colaboradores de algunos de los entonces senadores del PAN en tiempo de las reformas, pero de Pío López Obrador recibiendo también efectivo -aunque claramente de mucho menos monto-.
La guerra está abierta. Lo reprobable para el actuar del presidente es que está utilizando todo el poder de su puesto y de los órganos jurisdiccionales y de investigación para por un lado cobrar venganza, pero por otro contar con parque mediático justo ahora que estamos a menos de un año de la elecciones federales para la renovación de la Cámara de Diputados, en las mismas donde más de una decena de gubernaturas estarán en juego, un apetitoso botín electoral y una fundamental cruzada en el ámbito legislativo para mantener el rumbo de su llamada Cuatro T.
De cualquier manera, es penoso que un personaje de trayectoria impoluta en cuanto a los tentáculos de la corrupción caiga en la tentación de actuar de la forma en que lo está haciendo.
