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El confinamiento lejos de la Comarca Lagunera

Desde España, Italia y Estados Unidos, la alerta sanitaria interrumpió la dinámica diaria de Leo, Gaby y Ernesto

España tiene cerca de 244 mil casos confirmados de COVID-19 con más de 27 mil víctimas mortales. En Sevilla, región donde reside la lagunera Leo Villarreal, intensificaron las restricciones.

España tiene cerca de 244 mil casos confirmados de COVID-19 con más de 27 mil víctimas mortales. En Sevilla, región donde reside la lagunera Leo Villarreal, intensificaron las restricciones.

IVÁN HERNÁNDEZ

La pandemia del COVID-19 ha causado desde dolorosa incertidumbre hasta fatales consecuencias. Palabras compartidas en redes sociales por un trabajador del sistema sanitario en redes sociales resumen uno de los aspectos más dramáticos con esta enfermedad: "El paciente está completamente solo. Nadie puede visitarlo, hablar con él, etcétera. Si no supera la enfermedad no volverá a ver a su familia".

En la Comarca Lagunera las medidas instrumentadas por las autoridades para frenar el avance del coronavirus tuvieron sus claroscuros.

El "quédate en casa", por ejemplo, no halló el eco esperado en la población. En Torreón, en los pasados tres meses, recorrer los cuatro puntos cardinales permitía observar a mucha gente circulando a sus anchas, sin el tapabocas y sin una razón de peso.

También continuó el flujo de personas que, sin dedicarse a actividades esenciales, todos los días iban y venían por los puentes que conectan a municipios de Coahuila y Durango.

Leo Villarreal, comunicóloga; Gaby Clark, maestra; y Ernesto Garza, guitarrista clásico; son tres laguneros que viven los efectos del virus en puntos el globo. Sus testimonios muestran otras caras de la contingencia y experiencias que tienen como común denominador la defensa de la vida empezando por la propia.

ESPAÑA

Cerca de 244 mil casos confirmados, más de 27 mil 136 víctimas mortales y alrededor de 150 mil personas curadas conforman las cifras de la COVID-19 en España.

Hace seis meses que la comunicóloga Leo Villarreal radica en suelo español. Instalada en Carmona, municipio andaluz, asiste a la Universidad de Sevilla. Estudia una especialización en Responsabilidad Social Corporativa.

Un clima fresco, con temperaturas entre los 10 y los 15 grados centígrados, recibió a la joven lagunera. La lluvia era una presencia frecuente.

En las primeras semanas, la rutina de Leo consistía en asistir a clases por la mañana y aprovechar las tardes para pasear, conocer, redondear su experiencia en suelo extranjero.

El territorio sevillano se presta mucho para el disfrute. Su mapa de atractivos reúne sitios espléndidos, muchos parques, museos y lugares históricos.

Leo disfrutaba especialmente de pasar tiempo en la Plaza de España, en el Parque de María Luisa. Caminaba a todos lados, quería aprovechar el enorme patrimonio cultural a su alrededor. Buscaba conferencias y exposiciones o simplemente salía a conocer y tomar fotos. "Me gustaba ir descubriendo la ciudad poco a poco", comparte. La noche llegaba y ella regresaba a Carmona.

FIN DE PASEO

"A finales de febrero empecé a escuchar sobre el coronavirus. En casi todos lados decían que no había que alarmarse. Luego, llegaron noticias de que en Italia ya era algo muy serio y que en cualquier momento vendría a España", relata.

Con marzo inició la profilaxis. Una de sus primeras decisiones fue limitar las salidas a Sevilla.

"Dejé de ir a pasear y solo asistía a la universidad cuando era obligatorio. Comencé a pasar más tiempo en casa. Solo iba a sitios al aire libre en los que hubiera poca gente".

La institución educativa informó que acataría las medidas recomendadas por las autoridades y que las clases se mantendrían conforme al calendario programado en tanto no se emitiera un mandato oficial a ese respecto. Para curar en salud, se desinfectaron las aulas, las bibliotecas, el comedor, etcétera.

"Dejé de ir a pasear y solo asistía a la universidad cuando era obligatorio. Comencé a pasar más tiempo en casa”. — LEO VILLARREAL, Comunicóloga estudiando en España

"En la última clase, los estudiantes procuramos estar distanciados y minimizar las interacciones." Recuerda que había muchos compañeros descontentos. Pedían que ya suspendieran las clases. "En mi caso, la asistencia era obligatoria."

Leo no tenía claro qué hacer hasta que las autoridades españolas decretaron el estado de alarma. Fueron días de incertidumbre acerca de lo que podía pasar, las restricciones que serían implementadas y el tiempo que iba a durar la contingencia.

El bombardeo de propaganda oficial se concentró en las frases "Quédate en casa" y "Este virus lo paramos todos". En cuanto al cubrebocas (allá prefieren emplear el vocablo "mascarilla"), al inicio su uso era voluntario.

"Ahora es obligatorio siempre que no se pueda mantener la distancia de dos metros entre personas o que no sea compatible con alguna actividad (como comer en un restaurante)."

La mayoría de la gente, relata, siguió las instrucciones y recomendaciones. Las autoridades aplicaron multas que iban desde los 600 euros (15 mil pesos al tipo de cambio actual) hasta los 1,500 euros (37 mil 500 pesos) a personas que no obedecieron las reglas de la cuarentena.

El confinamiento, comparte, fue un poco incómodo al principio, pero se acostumbró rápido.

La parte difícil fue estar lejos de casa, de la familia. No obstante, considera que el aislamiento la unió más con sus seres queridos. "Nos manteníamos en contacto todo el tiempo por medio de videollamadas".

El sitio del coronavirus la incitó a participar de un entrañable instante colectivo. Todos los días, a las 8 de la mañana, después de las campanadas de la iglesia, los habitantes de Carmona se asomaban a la calle y dedicaban aplausos a sus trabajadores sanitarios.

"Era algo especial, algo que nos unía y nos daba ánimos, nos transmitía la sensación de que estábamos juntos en esto." No obstante, el miedo seguía ahí. La cuarentena de Leo fue muy estricta. Siguió todas las recomendaciones.

Hoy día, la provincia en que radica la joven comunicóloga está inmersa en la fase 3 de la "nueva normalidad". Eso significa que la población ya puede hacer más cosas, ya hay más libertad de movimiento. Persiste el uso de las mascarillas y el distanciamiento social. Las reuniones multitudinarias todavía no reciben el visto bueno. Sin embargo, Leo se ha quitado la camisa de fuerza del coronavirus. Sale de casa, hace ejercicio, vuelve a pasear.

ESTADOS UNIDOS

Según Gaby Clark no hay mayor diferencia entre su vida en el extranjero y la que tenía en la Comarca Lagunera. El diario trajinar se resume a tres conceptos: trabajo, casa y vida social.

"Soy la misma persona. ¿Qué es lo que busco? Ser productiva, rodearme de amistades que me enriquezcan, adaptar el ambiente a mis necesidades. Solo cambian la naturaleza, el idioma y el clima."

Gaby lleva 18 años fuera de la patria. Ha fatigado los últimos 11 años en la ciudad de Tampa, Florida.

Allá se desempeña como maestra suplente. Únicamente asiste a las aulas cuando es requerida. Los días en que no hay ni libros ni alumnos en el horizonte inmediato va al gimnasio. Tras la sesión de ejercicio regresa a casa a desayunar y leer el periódico. Después, lo normal es ir de compras o ver aparadores o bien acudir a la cita para almorzar con las amigas.

En su agenda también ocupa un lugar importante la devoción. Acude a la iglesia el día de Adoración al Santísimo. También gusta mucho de ir a la playa Treasure Island (Isla del Tesoro), situada a media hora en coche de su hogar. Los viernes, ella y su esposo salen a cenar. No se casan con un solo restaurante. La idea es explorar lo que ofrece la ciudad, conocer nuevas cosas.

DE CIENCIA FICCIÓN

El coronavirus apareció en su vida el pasado 13 de marzo. Gaby Clark estaba en el trabajo. Los docentes fueron llamados a junta. La dirección del plantel informó que la escuela cerraría debido al virus. Pensó que eran exageradas las medidas restrictivas. El "quédate en casa", el "lávate las manos" y el uso del cubrebocas.

Ese mismo viernes, ella y su esposo salieron a cenar y no pudieron entrar al restaurante.

El domingo 15 acudió a misa, ese fue el último servicio religioso que la pandemia consintió. Gaby reparó en que la actividad de la urbe había disminuido considerablemente.

La contingencia había arribado. La rutina había sido suprimida. Gaby no lo podía creer.

"Me sentí inútil, diminuta y sin control de la situación. Desesperada por no poder hacer nada".

Quiso viajar a Torreón para visitar a su mamá, pensó en trasladarse a Monterrey para estar junto a su hijo. Sin embargo, la información era clara el respecto: "No salgas". Además, el grupo de edad al que pertenece está entre los señalados como vulnerables. "Mi hijo me dijo que no me moviera, que no me arriesgara. Su preocupación me dio ternura y lo escuché".

Antes de mejorar, las cosas empeoraron, a mediados de abril su esposo tuvo problemas de salud. La pareja acabó en el hospital. En el espacio sanitario, la maestra lagunera obtuvo una imagen clara de lo grave que era el asunto de la COVID-19. "Con todas esas protecciones los doctores parecían astronautas. Era una imagen como de ciencia ficción."

"Mi hijo me dijo que no me moviera, que no me arriesgara. Su preocupación me dio ternura y lo escuché”. — GABY CLARK, Maestra en Tampa, EUA

Los siguientes diez días fueron aún más difíciles. Debido a las restricciones por la pandemia, la maestra lagunera no pudo estar junto a su marido durante la convalecencia.

CUARENTENA

Más de 2 millones de casos confirmados y cerca de 115 mil defunciones han hecho del país norteamericano el foco principal de la pandemia. Florida acumula más de 71 mil expedientes positivos y alrededor de 3 mil fallecimientos.

Gaby Clark comenta que en Tampa algunas personas han ignorado todas las recomendaciones. El uso de tapabocas se recomienda, mas no es obligatorio.

Su cuarentena fue severa. Superada la fase del escepticismo, se tomó en serio el asunto. Conforme avanzó la contingencia, la adaptación fue completa. Después de todo, se siente muy cómoda en casa.

"Le encontré el lado amable y positivo. Si tienes limones, haz limonada", comparte.

El entorno inmediato ayudó a ese propósito. Gaby Clark vive en una base militar (su esposo es retirado del ejército). Allí, las providencias ante la COVID-19 no son sugerencias sino órdenes que no admiten ni excusas ni rodeos.

Por estos días, comenta, ya inició the new normal (la nueva normalidad). En varias partes del mundo también llaman así al periodo poscontingencia.

Gaby ya sale de casa. Va al supermercado, a citas con los médicos, a un voluntariado que la lleva a una clínica donde ayuda como traductora. Realiza sus actividades con apego a "todos los cuidados posibles".

La reapertura de tiendas, restaurantes, iglesias y demás sitios donde se reúnen decenas de personas avanza en Tampa. Sin embargo, la maestra lagunera considera que todavía no es tiempo de reanudar las actividades que no son de primera necesidad.

Ser cautos, explica, es indispensable.

Ella extraña mucho los almuerzos con las amigas, o los juegos en el Tropicana Field, el estadio donde juegan las Mantarrayas de Tampa Bay del beisbol profesional estadounidense.

Gaby y su esposo son beisboleros. La ausencia de peloteros tanto en el campo al que suelen asistir como en el televisor, no es fácil de sobrellevar. "Estamos sufriendo sin juegos. En Corea del Sur los equipos juegan sin público y transmiten los partidos", comenta.

No obstante, tiene claro cuál es la tarea primordial por estos días y en las semanas y meses por venir. La maestra lagunera reconoce que le causa angustia la idea de contagiarse. Su principal herramienta contra la presencia de la COVID-19 es la disciplina para hacer de la nueva normalidad una costumbre y mantenerse saludable.

ITALIA

Empezó en marzo. Los primeros días fueron complicados. Vivo en un piso pequeño, no dispongo de mucho espacio para caminar. El edificio carece de balcones y de algún jardín donde despejarse un poco.

La autoridad se puso muy estricta. Solo tenías autorizado salir a comprar víveres, a trabajar (en el caso de que estuvieras empleado en alguna actividad esencial) o a recibir atención médica.

En cualquiera de los casos mencionados necesitabas cargar contigo un escrito en el cual consignaras el motivo que te hacía salir a la calle. Si no portabas esa declaración y eras detenido, te multaban. Andar en la vía pública era motivo de sanción, aunque llevaras cubrebocas. Los montos de las infracciones iban desde los 300 euros (7,500 pesos) hasta los 500 (12 mil 500 pesos). El confinamiento fue muy estricto. La gente se quedó en casa. En general, la población siguió las recomendaciones al pie de la letra.

Esos son algunos aspectos de la vida en Italia en tiempos de la COVID-19. Fueron compartidos por Ernesto Garza, guitarrista clásico. Desde hace dos años y medio, el músico lagunero radica en la ciudad de Lucca, en la región de la Toscana.

"Necesitabas cargar contigo un escrito en el cual consignaras el motivo que te hacía salir a la calle. Si no portabas esa declaración y eras detenido, te multaban”. — ERNESTO GARZA, Músico en Italia

Lucca es una ciudad pequeña. 80 mil personas viven allí. Su centro está rodeado por una muralla que data de tiempos medievales. Para mayor esplendor del lugar, a diferencia de otros destinos italianos que se rodearon de muros en la Edad Media, la muralla de Lucca está completa. Hoy día, esas construcciones protectoras están adaptadas para que puedan circular tanto transeúntes como automovilistas. También se hicieron modificaciones que permiten a la gente utilizar esa infraestructura como paseo público. La gente va y camina o pasea a sus mascotas o hace ejercicio o disfruta de las áreas verdes o establece su sitio de reunión.

Tras los sólidos velos de Lucca se ocultan bares, cafés, restaurantes, escuelas, la vida de un pueblo con largo recorrido. Las murallas que antes protegían a la población de la guerra hoy han servido al propósito de contener el avance del coronavirus.

FUNCIONA

Ernesto recuerda. La severidad del mandato sanitario se suavizó desde el pasado 18 de mayo. Poco a poco, los negocios han ido abriendo. Casi todas las actividades han vuelto a la vida. Faltan las citas artísticas y deportivas.

"Ya van a empezar a reprogramarlas. Todo con las medidas de seguridad pertinentes, cosas como que no haya mucha gente en espacios reducidos."

La profilaxis, relata Ernesto, funcionó. En los peores días de la pandemia, explica, Italia registraba hasta 4 mil casos nuevos diarios. Ahora, la cifra de contagios oscila entre 150 y 300 nuevos pacientes cada 24 horas.

Al igual que en México, la nueva normalidad ya arrancó.

Se conserva un hábito que en suelo lagunero se conoce bien: el guitarrista lagunero encuentra gel antibacterial a la entrada de cualquier establecimiento comercial. La gente puede salir a la calle sin cubrebocas. Ya no se aplican multas.

Otros ámbitos conservan restricciones. A muchos sitios, restaurantes por ejemplo, solo puedes acudir si reservaste mesa. Todo avanza con mucho orden. Los protocolos se siguen al pie de la letra.

Italia acumula más de 236 mil casos positivos (con más de 34 mil defunciones), la Toscana superó la cifra de los 10 mil contagios.

En los días de la contingencia, rememora, cada que tocaba salir al mandado tenía miedo de contraer la enfermedad. Se encomendaba a los guantes y al cubrebocas.

Conoce a una persona que se contagió de coronavirus. Esa víctima de la COVID-19 no es italiana. Tampoco es uno de los colegas, amigos o conocidos extranjeros de Ernesto que también radican en Lucca. Se trata de un familiar que se convirtió en un número más de la pandemia en la Ciudad de México.

Leo Villarreal radica en España, en el municipio de Carmona. Asiste a la Universidad de Sevilla para estudiar una especialización en su carrera.
Leo Villarreal radica en España, en el municipio de Carmona. Asiste a la Universidad de Sevilla para estudiar una especialización en su carrera.
Ernesto Garza (i), quien se desempeña como guitarrista clásico, posa junto a su padre en la muralla de Lucca, Italia, ciudad donde vive.
Ernesto Garza (i), quien se desempeña como guitarrista clásico, posa junto a su padre en la muralla de Lucca, Italia, ciudad donde vive.
La maestra lagunera Gaby Clark y su esposo, junto al beisbolista surcoreano, primera base de los Mantarrayas de Tampa Bay, Ji-Man Choi.
La maestra lagunera Gaby Clark y su esposo, junto al beisbolista surcoreano, primera base de los Mantarrayas de Tampa Bay, Ji-Man Choi.

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