Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Babalucas, fabricante de muebles, regresó de un viaje a París y compartió con sus amigos el relato de la aventura que tuvo con una parisina. La conoció en un bar, narró, y como no hablaba ni pomme de terre (papa) de francés (así dijo) le dibujó en su libreta de anotaciones una copa. De ese modo le indicó que quería invitarle un trago. Ella aceptó, y bebieron varios. En seguida Babalucas le dibujó un plato y unos cubiertos, lo cual quería decir que la invitaba a cenar. La bella mujer accedió gustosamente. "Me llevó a un restorán de lujo -contó el badulaque-, y cenamos rico. Pagué la cuenta y luego, por señas, pedí dos taxis, uno para ella y otro para mí. Pero antes, al terminar la cena, ella me demostró que sabía que fabrico muebles". Preguntó uno: "¿Cómo te lo demostró?". Respondió Babalucas: "Mi pidió mi libreta y en ella dibujó una cama". Doña Macalota tenía muchas cualidades pero -hay que decirlo- no se le daba bien eso de la cocina. Hacía, por ejemplo, un pay de nuez y una lasaña, y nadie podía adivinar cuál era uno y cuál la otra. Una noche su hijo pequeño hizo una travesura y doña Macalota le ordenó: "¡Te vas a la cama sin cenar!". "Mujer -le dijo a la señora don Chinguetas, su marido-. Cuando el chico haga una travesura hay que castigarlo, no darle un premio". El pasajero del jet le comentó, preocupado, a su vecino de asiento: "Me temo que este avión no es muy confiable. En el tarjetón de instrucciones para casos de emergencia no vienen instrucciones: vienen oraciones". (Eso me hizo recordar a la línea aérea mexicana que en tiempos del famoso Champagne Flight sacó su Rompope Flight, llamado así porque se necesitaban muchos huevos -con perdón- para subirse y era una leche si llegabas). La señorita Himenia, madura célibe, acudió a la consulta de un doctor y le contó el problema que tenía: "Todas las noches sueño que vienen hacia mí cinco hombres guapos y atléticos poseídos por ansias de libídine. Yo extiendo los brazos para rechazarlos. Al ver eso los cinco hombres se van. En ese punto me despierto bañada en sudor caliente". Le indicó el facultativo: "Creo que ha sufrido usted una confusión. Lo que necesita es un siquiatra; yo soy traumatólogo". "Precisamente -replicó la señorita Himenia-. Quiero que me enyese los brazos en tal forma que no pueda extenderlos para rechazar a esos hombres". Doña Panoplia de Altopedo, dama de sociedad, le confió a doña Gules, su mejor amiga: "Mi marido sufre de eyaculación prematura. Más bien la que sufre eso soy yo, pues cuando hacemos el amor el acto dura menos que un estornudo. Anoche le sugerí que se someta a algún tratamiento". Replicó doña Gules: "Yo le he sugerido lo mismo, pero no hace caso". Pepito lloraba desconsoladamente en una banca del parque. Pasó por ahí doña Lilita, bondadosa mujer vecina suya, y se condolió al ver las lágrimas del niño. Le preguntó, solícita: "¿Qué te sucede, Pepito? ¿Por qué lloras así?". El pequeño respondió entre hipidos: "Perdí 200 pesos. Mi papá se va a enojar". "Vamos, vamos -lo consoló doña Lilita-. Ya no llores. Ten los 200 pesos y ve a casa". El chiquillo le dio las gracias a la compasiva señora. "Dime -preguntó ella-. ¿Cómo perdiste ese dinero?". Respondió Pepito al tiempo que se enjugaba el llanto: "En el póquer". Don Añilio, señor de muchos almanaques, reprendía a su nieto mayor, pues llegaba muy tarde a su casa, y a consecuencia de eso dormía muy poco, lo cual redundaba en malas calificaciones en la escuela. Le dijo a fin de proponerle un buen ejemplo: "Yo me acuesto con las gallinas". "¡Abuelo!" -exclamó el muchacho, sorprendido-. ¡No te conocía esa maña!". FIN.

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