Columnas Social

PIÉNSALO, PIÉNSALO

MIEDO Y SOLIDARIDAD

ARTURO MACÍAS PEDROZA

Tenemos miedo. Miedo a lo desconocido, porque la etapa que sigue a la crisis sanitaria no tiene sino incertezas. Pero también miedo a las desgracias que ya están a la puerta: hambre, desempleo, violencia, inseguridad ... El miedo, además de ser un buen negocio para la política y los medios de comunicación, trae egoísmo, resentimiento, rabia, envidia, poca empatía, ganas de culpara a otros. Ciertamente hay signos de esperanza que suenan más bien a optimismos exagerados, sin fundamentos claros y basados más bien en buscar algo bueno en medio de tanto mal. También están los nuevos profetas, algunos bien fundamentados y otros francamente perdidos en especulaciones totalmente fuera de la realidad. Ciertamente habrá nuevas formas de convivencia y grandes cambios en el comportamiento de la sociedad que definitivamente traerán un nuevo estilo de vida.

¿Qué hacer para superar este miedo que además daña nuestro sistema inmunitario? ¿Seguirán pagando los platos rotos los mismos de siempre?

Antes de Pentecostés los seguidores de Jesús también estaban encerrados; llenos de miedo. Pero Dios repite el gesto de la primera creación del hombre, insuflando el aliento de vida para convertirlo en un ser vivo; Pentecostés es la creación del hombre nuevo de esta nueva época, que se perfila después de esta crisis sanitaria. la Iglesia, liberada del miedo, es llamada a ser signo y promotora de esta nueva humanidad. Sosegados, contentos, en paz, son enviados con una nueva fuerza: El Espíritu Santo.

Hemos oído hablar de los dones del Espíritu. La vida de Dios es el mayor don que hemos recibido de Él. La Iglesia no puede continuar encerrada, con miedo y sin proclamar esta recreación del ser humano, reconstituido en su dignidad perdida, en su identidad, en su auténtica naturaleza. La Iglesia tiene ahora una nueva realidad: es ahora signo y anuncio de la vida nueva que brota de la Pascua del Señor.

Las consecuencias son trascendentes en la vida y las actitudes de sus miembros en particular y de la Iglesia en su conjunto. Se inicia la aceptación del otro, se da la gratuidad más genuina, el amor, la justicia, la equidad, la empatía, la generosidad, la alegría y hasta el amento del sistema inmunológico. Se acaba la intolerancia, la soberbia, la rabia, el egoísmo, el resentimiento, la envidia, la falta de empatía, el culpar a otros.

La solidaridad como concepto hoy adquiere una nueva dimensión bajo la perspectiva de la pandemia y la renovación humana. Desnudo y libre de harapos de la antigua situación que lo desfiguraban con un profundo extravío antropológico, ahora puede profundizar la vivencia de la solidaridad.

La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia de la interdependencia entre los hombres y entre los pueblos. Las nuevas formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad, que es parte fundamental de las relaciones humanas.

Es con la solidaridad como los temores son superados y transformados en estructuras que promueven la paz, la confianza, la seguridad y la alegría. El que ha sido transformado por el Espíritu, está dispuesto a entregarse por el otro en lugar de explotarlo; a servirlo en lugar de oprimirlo, a empeñarse por el bien común.

Es la Iglesia quien ha recibido el Espíritu de Jesús de Nazaret, el Hombre nuevo, y por ello se fundamenta la solidaridad, se supera el miedo y se reciben los diversos dones y carismas para la construcción de la comunidad con quien forma un solo cuerpo. La vida social no es ya un espacio incierto, tenebroso y ambiguo, sino un lugar de vida y de esperanza, en cuanto signo de una Gracia que continuamente se ofrece a todos, e invita a formas elevadas y comprometedoras de compartir.

El aspecto religioso fundamenta la renovación social por estrenar dando rumbo, sentido y proyecto. No es una actividad folclórica, cultural o comercial que pueda ser controlada por una autoridad. Es la vida del Espíritu, la fuerza de Dios, que hace valiente y alegre al que la posee. La fe supera la solidaridad, la reviste de eficacia, gratuidad, perdón y reconciliación, el ser humano se convierte en imagen viva de Dios, que debe ser amado. Es en este nuevo modelo de unidad, inspirado en la solidaridad y en la entrega de sí mismo, en donde el hombre encuentra su propia plenitud.

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