Se metía de rondón a las casas como a la suya propia. En aquel tiempo nadie cerraba su puerta, antes bien la señora la abría para que se viera el zaguán lleno de macetas florecidas, el patio con su fuente cantarina y las jaulas de los canarios y gorriones.
Entraba ella, paseaba la mirada a su alrededor y decía luego:
-¡Qué bonito! ¿De quién fue la idea?
Se llamaba Nieves, pero todo mundo le decía Neve. Su locura era mansa. De buenas familias, vestía con corrección, e iba siempre bien peinada. Llevaba bolso y chal porque también entraba en las iglesias, veía el altar con flores, los cirios encendidos y exclamaba:
-¡Qué bonito! ¿De quién fue la idea?
Un día amaneció muerta en su cama. Sus padres y sus hermanos la lloraron, igual que los vecinos, como se llora a un niño que murió en la cuna.
Yo era pequeño cuando se fue Neve. Recuerdo, sin embargo, que la imaginé llegando al Cielo, con su su bolso y su chal. Paseaba la mirada por la mansión celeste, veía a los ángeles y arcángeles, a las vírgenes, a toda la corte celestial y preguntaba luego:
-¡Qué bonito! ¿De quién fue la idea?
¡Hasta mañana!...