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FRANCISCO PINEDA

LA CONDUCTA CONTROLADORA Y VIOLENTA, Y EL CONFINAMIENTO

Hace algunas semanas El Siglo de Torreón (abril, 2020) reportó que la violencia intrafamiliar en el estado de Coahuila había aumentado durante el confinamiento originado por la pandemia que sigue creando enfermedad y muerte en varias regiones del país. También, y de acuerdo a la agencia de noticias El Economista (abril, 2020), la violencia contra las mujeres y los menores de edad había aumentado en el país en 120 por ciento desde la declaración de emergencia para evitar contagios del COVID-19. Estos cálculos fueron basados en las llamadas registradas en el sistema 911, lo cual despertó algunas dudas sobre la confiabilidad de los números, ya que muy posiblemente la cantidad de casos reales es más alta debido a que muchos casos no son reportados.

A nivel mundial las medidas de quedarse en casa han creado situaciones peligrosas para personas que viven en relaciones interpersonales donde el abuso emocional y físico es preexistente. Las agencias de salud pública manejadas por los gobiernos siguen recomendando, de manera justificada, medidas de distanciamiento y aislamiento social con el propósito válido de prevenir diseminación del virus. Desafortunadamente, existen casos donde este tipo de aislamiento social presenta desventajas para algunas familias, y una situación "ventajosa" para personas propensas al control excesivo de otros, y a conducta impulsiva y violenta. Una violencia intrafamiliar que existe sin diferenciar estatus socioeconómico, género, edad, educación, o parentesco familiar.

Una violencia que en parte se manifiesta de manera física, pero también se presenta en forma psicológica con un impacto serio. Un tipo de violencia difícil de categorizar como tal porque la persona que lo sufre no puede notarlo o entenderlo, y para aquellos que viven fuera y alrededor del hogar, puede ser desconocido debido a que no se dan cuenta. Circunstancias, donde el aislamiento, impulsado por el consumo de alcohol, frustración sobre problemas económicos, desempleo, e incertidumbre en general, conduce a una "normalización" del abuso, particularmente donde los miembros de la familia dependen de la persona abusiva en varios aspectos, y del cual es difícil de abandonar. En la mayoría de los casos el principal factor de dependencia es el económico, y una cultura familiar donde el dominio de un carácter controlador, generalmente de sexo masculino, es ordinario.

Una vez que los miembros de la familia permanecen juntos, quizá en un espacio reducido y por periodos largos de tiempo debido a que los padres perdieron sus trabajos, o trabajan en casa, y los niños no pueden ir a la escuela, se pueden presentar situaciones de intolerancia, y pérdida de control de impulsos de parte de la persona represiva, y de pasividad y tolerancia por parte de las víctimas. Casos donde el controlador, sobretodo aquel que es inseguro, posesivo y celoso, o aquel que es manipulador, impulsivo y agresivo por naturaleza, limita la libertad de los integrantes de la familia de manera punitiva y drástica. En muchos de los casos donde la violencia física no se manifiesta, la conducta controladora se presenta de manera simple y menos problemática, en otros, la necesidad de imponer autoridad es abierta, al grado que hay una sensación de incomodidad alrededor de los controladores, y que después de una diferencia o conflicto, se les evita lo más que se pueda. Por ejemplo, las parejas que no se hablan por periodos largos de tiempo.

Un controlador extremo es un individuo quien intenta menospreciar a otros para proteger una propia personalidad débil, específicamente su autoestima. Los hijos muchas veces son el blanco de este control, ya que los ven como una extensión de ellos mismos. Esta persona normalmente es un perfeccionista con la idea de enmascarar sus vulnerabilidades. Este tipo de controlador cree que sus intervenciones son de ayuda, o "en beneficio de la familia," y parecen disfrutar de la imposición de poder sobre otros. En casos extremos, estos controladores, quizá a un nivel psicopatológico en su personalidad, carecen de capacidad de remordimiento y empatía, y pueden ser muy violentos.

El hecho de controlar a otros y ser controlados no tiene que ser una conducta negativa. Proveer dirección dentro de la familia regularmente es una condición necesaria. Obedecer reglas impuestas por nuestros progenitores, o la ley, podría ser una obligación moral y civil. Un confinamiento impuesto muy posiblemente tenga una buena intención, sin embargo no deja de infligir una limitación de libertad, y el surgimiento de una situación indeseable como lo es la violencia intrafamiliar. Creo que todos poseemos la capacidad y opción de ser controladores y ser controlados. El problema surge cuando se intenta imponer algo por medio de la violencia física o psicológica. Gracias por su interés en esta columna.

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