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Tormenta en la mar

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

A Julián por su presencia, a Joanna y John por haberlo traído.

No, no se está haciendo una tormenta en un vaso de agua. Se está formando en un océano de problemas, desentendimientos e incongruencias.

Quienes no encallan en la mentira, se hunden en la contradicción o quedan varados en la exageración de su postura y, en la rebatinga por el timón, en vez de navegar rumbo a puerto seguro, a la deriva se va mar adentro. Intentan un absurdo: someter al viento, no controlar la vela.

Los integrantes de la clase política han hecho del país un barco sin destino y, en el afán de demostrar cuán diferentes son, cada vez resultan más parecidos o igualados.

***

Aun cuando no se reconozca, la mentira es consustancial a la política.

En menor o mayor grado, los políticos la utilizan con las mejores y las peores intenciones. Igual la aplican para generar optimismo ante una realidad adversa, que para encubrirla porque expone su incapacidad ante ella y los desnuda. Sin embargo, el abuso de la mentira invariablemente termina por convertirse en un búmeran contra su autor, quien -por usarla de manera constante- configura un engaño. Un timo que, al ser descubierto por quien lo sufre, lo vive como un agravio y, por lo mismo, pierde respeto por ese político, pone en duda su autoridad y competencia, e incluso el sentido mismo de su existencia.

Si la mentira se acompaña de la contradicción, la exageración o de ambas, el resultado todavía es más grave. A la pérdida de respeto, se agrega la desconfianza en el gobernante, el legislador, el dirigente o el activista hasta abrir un abismo entre ellos y los gobernados. La crisis de representatividad engendra un sentimiento de orfandad.

De la mentira, la contradicción y la exageración están haciendo uso desmesurado los políticos en estos días y, así, ahondan el descreimiento en el gobierno, el Congreso y los partidos, hunden los pilares de la democracia y el Estado de derecho, dándoles oportunidad a grupos o liderazgos tentados por la idea de aprovechar la circunstancia y asestar un golpe mayor a las instituciones.

Ahí se explica por qué algunos cárteles criminales y grupos fascistas insurgentes están de plácemes con la tormenta que la clase política está formando en el océano. Les abre un espacio enorme, el vacío que desean colmar con la defensa o la expansión de sus intereses y vulnerar a las instituciones.

***

La clase política -jefe del Ejecutivo incluido- ha privilegiado las diferencias sobre las coincidencias y, en esa tesitura, desarrolla una política atrincherada, si así se le puede llamar a ese contrasentido, donde pesan más la ideología que la razón, la intención que el resultado, la alucinación que la realidad, el avasallamiento que el acuerdo, el dogma que el pragmatismo.

Esa élite siembra vientos y cuando venga la tempestad, de ella harán paraíso los grupos criminales y fascistas que, naturalmente, ven su oportunidad en el río revuelto o el mar picado. Ocasión donde harán imperar su calibre o fuerza, así entreguen despensas a quienes victimizan o disfracen su proceder como una ineludible misión de rescate.

De a tiro por tema de la agenda, el desencuentro y la confrontación campean en la clase política. Sus miembros mienten, exageran o contradicen y, así, en vez de solucionar de conjunto los problemas, los complican.

***

Ahí se explican varias cuestiones. Por qué la oposición denuncia la militarización de la seguridad, cuando desde hace años se militarizó y ella la legalizó al reformar la Constitución. Por qué el Ejecutivo niega haber dicho que el Ejército y la Marina deberían regresar a los cuarteles y rechaza haber creado un órgano híbrido sin destino, como la Guardia Nacional. Por qué los gobernadores guardan silencio en ese debate que, en el fondo, revela su desinterés por garantizar la seguridad a través de una policía profesional y capacitada. Y ninguno de ellos reconoce que lo indicado era reglamentar el artículo 29 de la Constitución -suspensión de garantías- que le da encuadre jurídico a la participación limitada en el tiempo y el espacio a las Fuerzas Armadas y corresponsabiliza a los Poderes de la Unión y a los gobernadores. Les perturba hablar de un estado de excepción porque exhibe su fracaso, mejor juegan con las palabras y, según su posición, exageran la postura.

Ahí se explica también por qué la clase política baila al son que le toca la epidemia, pero a su ritmo. El Ejecutivo minimiza la gravedad de la crisis sanitaria y la oposición la maximiza. Sin embargo, si el gobierno endurece el confinamiento, la oposición le echa en cara el efecto sobre la economía y, desde luego, si el primero se pronuncia por reactivarla, entonces la segunda responde que cómo se le ocurre y, más tarde, cuando el primero se retracta, la otra le dice que suya será la culpa de la recesión en puerta.

Ahí se explica por qué al Ejecutivo le irrita tanto la prensa independiente o los grupos de la sociedad, sean mujeres, víctimas, empresarios, médicos... que, fuera del guion de su discurso, señalan errores, deficiencias, excesos o las varas distintas con que mide a los afines y los contrarios. Ahí se explica la solidaridad presidencial a regañadientes con Reforma ante la amenaza criminal, sin dejar de acicatear al diario por oponerse a la transformación en el afán, según él, desde luego, de "querer mantener el mismo régimen de corrupción y privilegios". Qué gesto tan contradictorio.

***

La clase política está formando una tormenta, esperando que -al disiparse- los sobrevivientes hagan suyos los restos del naufragio. No advierte a los piratas que con parche al ojo o monóculo montado en oro miran con fruición la confrontación y el desacuerdo.

Si a la crisis sanitaria seguía la económica, detrás ya viene la política.

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