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A ciegas

DENISE DRESSER

Como un avión volando en la oscuridad, sin ruta, sin luces, sin coordenadas, sin instrucciones, sin saber dónde aterrizar ni cómo hacerlo. Así parece la estrategia mexicana de combate al coronavirus. Así lo consignó la prensa internacional en días recientes. Al margen de la calidad desigual de las notas publicadas en El País, The Wall Street Journal y The New York Times, todas apuntan en la misma dirección: la falta de datos confiables y verificables; la ausencia de pruebas y resultados; el subregistro de infecciones y defunciones. En todos los países cifras negras, modelos matemáticos controvertidos, muertes que es difícil analizar y contabilizar, y el nuestro no es distinto. Pero aquí esos problemas se agravan porque se tomó la decisión temprana de no testear, no rastrear y no aislar como se hace en lugares donde sí se está aplanando la curva. Aquí permanece una apuesta que cree posible enfrentar la crisis del coronavirus de manera excepcional, a la mexicana.

Es una apuesta que se hace con información incompleta, limitada, inaccesible. Por los retos de recopilación y transmisión de datos vía un sistema de salud corvado por la corrupción y debilitado por el descuido. Por los múltiples motivos que explica López-Gatell todas las noches, y subraya con razón. Pero hay errores evadidos y endebleces esquivadas. Tienen que ver con la ausencia de pruebas masivas y la renuencia a aplicarlas. Tienen que ver con la falta de mecanismos para detectar rápidamente a infectados y aislarlos. No sabemos dónde están, dónde estuvieron o cómo contener el contagio más allá de la sana distancia y el confinamiento parcial. Estamos actuando a ciegas, a tientas.

De ahí derivan los cuestionamientos, las dudas, la cobertura crítica, las sugerencias que la OMS le hace a México. Nadie está en busca de muertos o contagiados de COVID-19 para celebrar, sino para evitar que haya más. Nadie quiere que a México le vaya mal, sino que no le vaya peor. Hoy estamos mal parados en las tablas internacionales sobre número de pruebas realizadas, en las gráficas sobre el crecimiento de la curva de fallecimientos confirmados, en los análisis comparativos sobre estrategias exitosas ante el coronavirus. Apenas el 8 de mayo, la revista científica The Lancet ubica a México entre los países grandes -incluyendo Estados Unidos, India y Brasil- donde no ha habido una reducción significativa o hay un aumento de muertes.

Ante la incertidumbre generada por los datos que sí tenemos, resulta contraproducente hablar del aplanamiento de la curva o afirmar que "ya se domó" al coronavirus, como lo hacen López-Gatell y López Obrador. Con esos mensajes minimizadores, producimos mexicanos que no se quedan en casa, que no creen en la seriedad de la epidemia, que presionan para acabar con las medidas de contención. No se puede afirmar lo que no se puede medir. Tantos infectados -muchos de ellos asintomáticos- caminando por las calles y todavía están ahí debido a la falta de pruebas. Debido a la reticencia a calibrar con mayor precisión qué está pasando con la pandemia para combatirla mejor. Y no vale el argumento de cuán caro es comprar o manufacturar pruebas, cuando se insiste en destinar recursos multimillonarios a Pemex, a Dos Bocas, a los ventiladores vendidos a sobreprecio por el hijo de Manuel Bartlett.

Si se aspira a reabrir la economía rápidamente como lo quieren tanto AMLO y Trump, hay que entender al virus y escudriñarlo, colocarlo bajo el microscopio y mirarlo, saber de dónde viene y adónde va. Urge conocerlo, averiguarlo. Urgen las 3 I's que recomienda la comunidad científica mundial: "Information, Identification, Isolation". Llegó el momento de desplegar pruebas al resto de la población, como se comienza a hacer con los trabajadores de Pemex. Llegó la hora de rastrear con quién estuvieron los infectados y aislarlos. Y habrá que impulsar estos tres pasos de inmediato, como parte de un plan coordinado, porque tenemos derecho a las mejores prácticas sanitarias usadas nivel internacional. El Gobierno de la transformación debe comprometerse a poner los intereses de la ciudadanía antes que los suyos. Antes que la popularidad personal, antes que los imperativos electorales, antes que la reapertura económica improvisada y a expensas de la salud. Un presidente que no pueda corregir no merece nuestra confianza, y mucho menos cuando gobierna a ciegas.

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