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SERGIO AGUAYO

Angela Merkel y Donald Trump tienen actitudes opuestas hacia el conocimiento científico. ¿Y la 4T?

Merkel, doctorada en química cuántica, recibe alabanzas dentro y fuera de Alemania por su gestión ante el COVID-19. En un reportaje sobre la canciller, Ana Carbajosa (El País, 28 de abril) explica algunas claves del éxito: mensaje claro "apoyado en la ciencia", dejarse "aconsejar por paneles de equipos multidisciplinares, donde además de virólogos hay psicólogos, juristas y expertos en educación" y confianza "en sus universidades e instituciones científicas".

Trump ha intentado someter a la ciencia y a los científicos a sus ambiciones políticas y a las extravagancias de la "pseudociencia". Su momento de mayor gloria fue recomendar la ingesta de cloro para curar el coronavirus. Estaba probablemente influido por un movimiento (la Iglesia de la Génesis II, en una de sus expresiones) que promueve el uso de cloro para curar cáncer, autismo, acné, diabetes y, por supuesto coronavirus. (Melissa Eaton, et.al., New York Times, 26 de abril).

El conocimiento científico, para florecer en las políticas públicas, requiere de confianza del gobernante, autonomía, respaldo financiero y tiempo de maduración. Pocos políticos saben cómo relacionarse con él, e ilustro el dicho, con respuestas salidas de la 4T.

Entre los rudos destaca la Secretaría de la Función Pública, que ordenó desaparecer los fideicomisos públicos creados para manejar fondos. La justificación fue: "en el pasado régimen anidaron corrupción y fueron usados para esconder cuantiosos recursos públicos". En tanto los investigan, les congelaron los fondos.

Leonardo Núñez González desmenuza en Nexos las consecuencias de esta decisión para 23 centros de investigación (entre ellos el CIDE, dedicado a las ciencias sociales y el CINVESTAV, a las ciencias duras). Están paralizados proyectos importantes y ya se cancelaron centenares de becas de formación académica. Durante el mismo mes de abril, El Colegio de México y muchas otras instituciones públicas recibieron un ultimátum: explicar en tiempo récord cómo reducirían hasta en un 75 por ciento sus gastos de operación (lo cual incluye publicaciones, luz y predial). Son urgentes las reformas, porque sí hay mafias y corrupción en algunas instituciones; pero no en todas. Y, sin embargo, las han igualado en el maltrato infringido.

En otra franja de la 4T están los simuladores. Son los que sonríen y dan palmadas a los científicos mexicanos, para después ignorarlos cuando formulan políticas públicas. Ese comportamiento ha sido observable en la emergencia sanitaria actual. Hace meses debieron haber convocado a científicos y empresas, para producir los insumos y equipos para combatir al COVID. Como no lo hicieron, Marcelo Ebrard, "zar del coronavirus", buscó en la lejana China batas, guantes y tapabocas, mientras que dependencias federales y estatales recorren el mundo pagando millonadas por respiradores que el Conacyt y la UNAM pueden producir por menos de siete mil pesos. De este desorden y de las redes habituadas a las trácalas con el presupuesto, se aprovechó el hijo de Manuel Bartlett, para escribir otro capítulo en la saga de esa dinastía.

Estarían finalmente los técnicos, aquellos gobernantes de la 4T que sí valoran el conocimiento. Es el caso de la jefa de gobierno y otras funcionarias del gobierno capitalino. Su formación científica se nota en la manera cómo tratan a esta comunidad, tema al que dedicaré otra columna.

El presidente ocupa un lugar indefinido entre Angela Merkel y Donald Trump. Dependiendo del día y del momento puede ser rudo, técnico o simulador. Alaba a sus científicos, pero no encuentra tiempo ni demuestra interés para reunirse con la comunidad, mientras tolera los maltratos a un gremio catalogado como conservador, neoliberal y privilegiado. A su favor está, su tolerancia hacia los integrantes de su equipo que piensan diferente. En suma, la 4T carece de una política hacia el conocimiento. Cada corriente va por su lado.

Entretanto, la comunidad científica va reaccionando ante la amenaza. Crecen las protestas, los textos y las cartas. El país ha invertido fortunas en crear una sólida base científica poco aprovechada por quienes gobiernan. Sin novedad en el frente. Estamos igual que antes.

@sergioaguayo

Colaboró: Zyanya Valeria Hernández Almaguer

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Escrito en: Editorial Sergio Aguayo

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