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Anillo al dedo

DENISE DRESSER

Andrés Manuel López Obrador está feliz, feliz, feliz. Para él, la crisis del coronavirus no significa muerte y empobrecimiento, sino poder y empoderamiento. No entraña sana distancia e infección, sino un margen cada vez más grande de acción. Permiso para gobernar por decreto, deshacerse de contrapesos incómodos, justificar la forma unipersonal como ejerce el poder y concentrarlo aún más. Licencia para dictar decretos y que el Congreso los convierta en ley sin chistar. Venia para recortar sueldos y que la burocracia se vea obligada a colaborar. El presidente sabe que es el momento perfecto para comportarse como quiera -aun de la manera más escandalosa- y nadie querrá o podrá pararlo. El Gobierno de la Pandemocracia Pejista.

Con ordenamientos como el decreto que disminuye salarios, elimina Subsecretarías y frena el gasto gubernamental. Con iniciativas como la que coloca todo el poder para reorientar el presupuesto federal en la sola voluntad presidencial. Con la firma y promoción personalizada de Andrés Manuel López Obrador, en todos los oficios aprobando créditos de $ 25,000 a empresas selectas. Cada uno de estos ejemplos de la última semana evidencia una tendencia y es preocupante. AMLO está utilizado la crisis para apropiarse de acciones y decisiones que no le corresponden. AMLO está aprovechando el sentido de urgencia para erigirse en el pequeño dictador de la contingencia. En México, donde las raíces democráticas son poco profundas y los contrapesos institucionales son débiles. Aquí, donde el gabinete toma dictado y el Poder Legislativo ha sido amordazado, el Congreso obedece y la oposición languidece, la Suprema Corte calla y la prensa crítica es fustigada por hablar.

Aunque lo que disponga el Presidente sea ilegal e inconstitucional. Aunque lo que proponga equivale a dinamitar la capacidad operativa del Estado y degradarlo aún más. Aunque no cuente con atribuciones para emitir decretos con alcance de ley y la "crisis del modelo neoliberal" no le otorga facultades para saltársela. La construcción del Estado de Derecho le ha cedido el lugar al Estado del Chueco. La Cuarta Transformación está edificando un contexto de excepción. El presidente piensa que puede violar derechos laborales, ignorar preceptos constitucionales y utilizar recursos con fines claramente electorales. El presidente cree que puede extinguir fideicomisos y devolver tiempos oficiales a las televisoras de un manotazo, porque el anillo austericida se lo permite.

Y así ha sido. El presidente dicta y -por lo visto- el Congreso toma notas. El presidente propone y -por lo visto- la Suprema Corte dispone. Pocos dispuestos a señalar cuántas normas, leyes y artículos constitucionales está violando. Pocos con la columna vertebral para apuntar que AMLO no puede desconocer derechos y prestaciones garantizadas por la Constitución, por más "voluntaria" que sea su donación. Tantos arrodillados ante el anillo que el Presidente se ha colocado; tantos besándolo.

Apuntar la actuación arbitraria de Andrés Manuel no significa añorar el pasado, o buscar cómo resucitarlo. Señalar la imperiosidad ilegal del presidente no equivale a buscar su caída o su remoción. Aquello que los defensores del régimen señalan como "golpismo" en realidad es constitucionalismo; es antidecretismo. Es la defensa de lo que estipula la Carta Magna y no lo que manda un hombre colocado por encima de ella. Es la defensa de nuestra democracia deficitaria ante las pulsiones protodictatoriales de quien -cada vez más- opera al margen de sus restricciones. Es la defensa de actos de autoridad enraizados en certezas jurídicas, no en ocurrencias personales. El desastre sanitario y económico no debería combatirse con el desastre jurídico. La incertidumbre de la pandemia no debería exacerbarse con la incertidumbre del potentado.

El capo es el capo, el rey es el rey, escribe Adam Gopnik en "The Field Guide to Tyranny". Y así se está comportando AMLO hoy, grabando videos, dictando decretos, sentado en el trono que ocupa en Palacio Nacional. Como si no tuviera que hacer valer la Constitución, cogobernar con el Congreso, debatir con la oposición, obedecer las leyes, y usar al Estado para proteger a toda la población. Sí, a López Obrador el coronavirus le ha caído como anillo al dedo. Pero a los ciudadanos -convertidos en súbditos y siervos- les ha caído un grillete.

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