Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"¡Ah cuánto cabrón vino!". Esas altísonas palabras las dijo un borrachito que en medio de la cantina se plantó. Al punto se pusieron en pie varios parroquianos dispuestos a partirle la crisma. "Y también cuánta cabrona cerveza" -añadió el borrachín con una benévola sonrisa. Don Algón iba por una oscura calle cuando le salió al paso un astroso individuo que le dijo: "Deme 500 pesos de limosna, caballero. Soy boxeador retirado, y estoy pasando apuros". "¿500 pesos? -se exasperó el ejecutivo-. A ver: ¿cuándo fue su última pelea?". Contestó el pedigüeño: "Hace 10 minutos, con un desgraciado que no quiso entregarme los 500 pesos". Pacto o no pacto de López Obrador con Trump a propósito del asunto petrolero, lo cierto es que cada día el Presidente mexicano se muestra más sumiso y obsecuente ante el avieso mercader ocupante de la Casa Blanca. Una y mil veces se ha citado la manida frase según la cual los Estados Unidos no tienen amigos: tienen intereses. Así las cosas sería ingenuidad supina imaginar que la mano de auxilio que tendió Trump a México en la OPEP es un gesto de amistad que se ha de agradecer. Más bien parece un préstamo leonino que luego tendremos que pagar con intereses usurarios. Había en mi ciudad un agiotista que decía a quienes le pedían un préstamo: "El señor Obispo me tiene prohibido cobrar un interés mayor al 10 por ciento, pero si por tu voluntad me regalas un 15 adicional gustosamente te prestaré el dinero". ¿Qué regalo deberá hacerle López Obrador a Trump a cambio de su interesada ayuda?... Ni las buenas conciencias ni los habitantes de la corrección política deben tildar de misógino el chiste que ahora sigue. Es más bien misántropo y antimachista. Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Anoche llegó a la demarcación de policía y le dijo con angustiada voz al oficial de guardia: "¡Ayúdenme, por favor! Mi mujer salió a las 8 de la mañana a pasear al perro. Son ya las 11 de la noche y no ha regresado a la casa. ¡Por favor, ayúdenme!". Le pidió el oficial: "Deme sus señas". Describió Capronio sin poder ocultar su desesperación: "Pastor alemán; pelaje oscuro; 4 años de edad; responde al nombre de Argos". Don Cucurulo, señor con más años que un perico, hacía con discreción la corte a Himenia Camafría, célibe igualmente rica en almanaques. El provecto galán era algo tímido, y a pesar de que la dulcinea se mostraba willin', o sea deseosa, para usar una expresión de Dickens, el corto caballero no se atrevía a declarar abiertamente su intención. Una tarde visitó en su casa a la señorita Himenia, quien le ofreció una merienda consistente en té de camomila -así dijo ella por decir de manzanilla- con galletas de animalitos. "Es que no quiero parecer fifí" -adujo la anfitriona para explicar la parvedad del ambigú. Seguidamente le dijo al visitante: "Perdonará usted, amigo mío, si incurro en alguna intemperancia. Es que esta tarde ando de genio". "¡Ah! -exclamó feliz don Cucurulo, quien vio abierta la puerta de su buenaventura-. ¡Si anda de genio entonces podrá concederme un deseo!". El erótico trance tuvo lugar en la habitación 210 del Motel Kamawa, el cual mostraba en su fachada un letrero que decía: "¡Sea usted original! ¡Venga con su esposa!". La dama que acompañaba a don Chinguetas, sin embargo, no era su esposa: era su comadre. Tal circunstancia, sin embargo, no fue óbice para que el casquivano marido fuera a ese sitio con la señora mencionada. Acabado el pasional suceso don Chingutas le dijo, cauteloso, a su pareja: "No le irás a contar esto a mi mujer". "¡Cómo crees!" -protestó ella con herida dignidad-. ¡Es mi mejor amiga!". FIN.

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