Hacía mucho tiempo no me encontraba con él.
Me buscó ayer, y no tuve forma de evadirlo. Con el forzado encierro en casa no le podía pedir a mi mujer: "Dile que no estoy".
Tuve que recibirlo, pues, y tuve que escucharlo. Me dijo cosas que no me gustó oír pero que me llegaron al fondo por la sencilla razón de que eran ciertas.
Parecía conocerme de años; me dijo con precisión mis faltas, mis defectos, mis debilidades. Me reprochó las cosas malas que he hecho y las buenas que he dejado de hacer. Puso ante mí un espejo en el que no tuve más remedio que mirarme.
Sentí como si estuviera frente a un severo juez. Al final sin embargo, fue benévolo. Me aconsejó dejar atrás mis culpas, hacer firme propósito de enmienda y procurar ser mejor en el futuro.
Desde hacía mucho no hablaba yo tan de cerca con ese hombre, que me pareció conocido.
Le pregunté:
-¿Quién eres?
Me respondió:
-Soy tú.
¡Hasta mañana!...