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¿Y ahora?

GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

Contingencia ocasionada por el COVID-19, y aunque llevábamos ya un rato esperándola, no deja de tener un duro impacto anímico, de toma de conciencia de la dimensión del problema que enfrentamos todos.

Tenemos miedo, incertidumbre, enojo, desconcierto. Una necesidad urgente de encontrar respuestas, mientras más simples y sencillas mejor. De encontrar a quién echarle la culpa de este bicho invisible e inasible que nos tiene a todos con la vida trastornada. De ver la salida, la luz al final del túnel, la fórmula mágica, La solución a esto que nos ha enfrentado a lo frágil de nuestras certezas, de nuestras supuestas anclas.

Es curioso cómo cada quien reacciona ante una crisis o una emergencia. Se activan nuestros instintos de supervivencia, pero nuestros programas genéticos no se han adaptado aun a los nuevos peligros que enfrentamos. Si en la prehistoria nuestros antepasados recurrían a la dupla "pelear o huir", hoy en día no hay manera de huir de algo que ya está en todas partes ni de pelear contra lo que no se puede ver, escuchar, oler.

Con la ubicuidad e instantaneidad de la información y las noticias reales o falsas disponibles, es prácticamente imposible separarse del fenómeno que nos inunda a todas horas, hasta en nuestros sueños. Así que a las agravantes arriba mencionadas (incertidumbre, temor, enojo…) hay que sumar la tensión y estrés que el COVID-19 nos provoca, además de la claustrofobia de quienes ya guardan alguna forma de aislamiento o distanciamiento social.

El enclaustramiento propicia también pensamientos entrópicos: el darle vueltas y vueltas en la cabeza a las mismas ideas hasta que, como en las caricaturas de antaño, se nos calienta el cerebro, nos sale humo por las orejas y dejamos de pensar claro. ¿Y qué hacemos cuando dejamos de pensar claro? Pues meternos a redes sociales o chats de grupo para desahogarnos.

Si tomamos toda la desinformación y "fake news" que pululan alrededor del mundo y le añadimos nuestros propios temores, incertidumbres y ocio, tenemos como resultado casi inevitable un tiradero en el que no inventa, difama. El que no difama, insulta. Y el que no insulta inventa. Ese es el círculo vicioso en el que estamos metidos y del que formamos parte activa o pasivamente todos los días y a toda hora.

¿Qué hacer para salirnos de esa perversa espiral?

No sé si tengo respuesta, pero ayer cuando reflexionaba acerca de la toxicidad no del virus, sino de las redes y chats, recordé un episodio lejano de mi vida que me permito compartirles, queridos lectores:

En septiembre de 1985 trabajaba yo en el CREA (hoy Imjuve) y cuando pegaron los devastadores sismos me tocó atender, organizar y participar con brigadas de voluntarios.

Mentábamos madres, por supuesto, pero no a cada rato, por una sencilla razón: todos estábamos haciendo algo para ayudar. Lo que fuera, grande o pequeño, heroico o ínfimo, y no teníamos tiempo que perder alegando, discutiendo.

Hoy con todo y el #DistanciamientoSocial y el #QuédateEnCasa hay muchas cosas que podemos hacer también, todas mucho más útiles y satisfactorias que desahogarnos en las redes y los chats.

¿No creen?

Twitter: @gabrielguerrac

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