Las circunstancias actuales nos ponen a todos a prueba. Los índices económicos y sociales de México por ahora deprimidos dan mucho que pensar. Sus datos forman el conjunto que comparamos con las preconcepciones con que construimos prospectiva que debemos tener en mente para evaluar el resultado de nuestros pasos.
Buscar respuestas a las interrogantes que nos planteamos sobre el futuro no es ocioso. Para nosotros el 2020 es año en que más conviene extender nuestra visión más allá de lo meramente actual.
Veamos. Cuando se marcha a buen paso, aprovechando todas las posibilidades que tenemos, la tarea está en mantener y apretar el paso. Ponemos en acción todas las energías para mantener y aumentar lo que se está logrando.
El caso es distinto cuando circunstancias adversas exigen todos los recursos disponibles, y aún otros más para superar las que se tienen, para ante el fantasma de la derrota encontrar nuevas vertientes de acción para siquiera sobrevivir.
La evaluación de los tiempos difíciles que estamos pasando en México incluye lo que hemos heredado de los éxitos y derrotas de los años anteriores. Lo que hemos recibido de las generaciones que antecedieron no sirve para extrapolar y simplemente urdir escenarios futuros de lo que ha sucedido. Ese ejercicio solo inventa un futuro sin nuevas metas. Si repasamos lo que la ciencia más avanzada nos ofrece como perspectivas, se advertirá que son pobres en nuevos objetivos: aumentar la producción agrícola o industrial y ampliar la investigación para acoplarlas con nuevas fronteras demográficas.
Los horizontes que se están abriendo en el pensamiento más dinámico de las ciencias y lo que es muy sorprendente y grato son los que se sienten en todos los ámbitos, hasta los empresariales, y tienen que ver con centralizar el empeño de los actores más capacitados en realizar el potencial de cada persona con la aportación de todo el mundo que la rodea. A diferencia con las visiones humanistas que suelen presentarse, la nueva visión es la que ahora responde al reconocimiento de que los lineamientos que se han seguido en los años en que ha primado el liberalismo clásico no han cumplido con el propósito de unir la colectividad en una sociedad armónica y participativa, o bien, el que nos hemos despertado al creciente costo que implica curar los daños que los dictados y las conveniencias de la cruda economía empresarial que solo atiende la conjunción de las líneas de la oferta y demanda ha infligido a la sociedad.
El siglo XXI estaba maraco para realizar una renovación en términos de las vivencias diarias de los valores que durante todo el siglo XX quedaron ocultos, sumergidos en las metas de éxito económico en su sentido más escueto. Los dramas bélicos no solo cobraron millones de muertes en los campos de batalla, sino muchos más en los campos y las ciudades que vieron el sacrificio de poblaciones civiles. Ahora, al revisar relatos y evaluaciones entendemos la terrible inutilidad cuando las soluciones a los asuntos más pesados siempre acaban resolviéndose en las mesas de negociación entre los representantes de los mismos líderes que días antes habían llevado a la muerte a millones.
El ejemplo de lo que está sucediendo actualmente en muchos lugares como en el Medio Oriente o en Asia sirve para que nosotros tomemos la debida nota y no nos veamos presas de concepciones nocivas de lo que es el sano contraste de ideas y propuestas. La visión incluyente del pasado es la que puede asegurar que prevalezca la armonía que es indispensable para que arraigue la propuesta que ya se extiende en muchos ámbitos empresariales y políticos de que lo que hay que enfatizar no es la lucha de la competencia económica, sino la acción que se dirige y alienta el potencial individual de cada miembro de la comunidad mexicana.
La evolución del ser humano es compulsión inherente y los tiempos difíciles de 2020 darán ocasión para confirmarla.
