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De rifas, cenas y pases de charola

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Es más fácil hacer un agujero en el agua que obtener una moneda de un avaro".— Proverbio

La espléndida serie documental sobre los presidentes de México producida por Enrique Krauze y Editorial Clío pinta de cuerpo entero a quienes nos han gobernado. En el caso de Carlos Salinas de Gortari, el segmento que narra lo acontecido durante su administración se titula "El hombre que quiso ser rey".

Quizá mis generosos y más jóvenes lectores no lo recuerden a detalle, pero antes de los trágicos sucesos de 1993 y 1994 que comenzaron con el asesinato del cardenal Posadas Ocampo, pasando por el alzamiento del EZLN y los crímenes de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, todo indicaba que Salinas sería recordado como el presidente que llevó a México al primer mundo.

Hacia fines de 1993, Salinas era visto como uno de los mandatarios más poderosos y respetados por sus homólogos y cerró el quinto año de gobierno con la firma del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. La economía observaba solidez, las reservas del Banco de México se contabilizaban por las nubes y gracias a dicho clima, la confianza del empresariado nacional y extranjero respecto al Gobierno de Salinas era inmejorable. Además, el afán por adelgazar al aparato de la Administración Pública Federal a su mínima expresión deshaciéndose de paraestatales como Canal 13 (hoy parte de TV Azteca), Teléfonos de México, Mexicana de Aviación y Aeroméxico, por citar tan solo algunos ejemplos, fue una medida ampliamente respaldada.

Lo anterior facilitó que diversos empresarios, valiéndose de información privilegiada obtenida gracias al propio Gobierno, realizaran el negocio de su vida y especularan a placer. En tiempos de Salinas, la fortaleza del mercado bursátil propició que un grupo de afines obtuviera márgenes de ganancia a todas luces demenciales. A dichos empresarios se les otorgó permisos para la apertura de casas de bolsa que convirtió a varios de ellos en multimillonarios. Como corolario del esfuerzo privatizador, Salinas de Gortari revirtió la desafortunada nacionalización bancaria de López Portillo y de nueva cuenta, los bancos del país quedaron en manos de particulares.

Por ende, en medio de dicho clima de ganar-ganar para todos, el presidente se encontraba en una posición inmejorable como para a cambio de los favores recibidos, pedirle al empresariado prácticamente lo que fuera.

Y sí, el sablazo vino a modo de cena tal como ahora pretende Andrés Manuel López Obrador respecto al avión y la presión para que cien poderosos compren boletos. Hacia 1993 y confiado de que México sería una potencia económica de clase mundial, Salinas aprovechó el ascendente de Don Antonio Ortiz Mena y convocó a distintas personalidades a cenar a casa del prestigiado ex secretario de Hacienda.

A la hora de los postres y el café, un representante de Salinas -se presume que Fernando Ortiz Arana, entonces presidente del CEN del PRI, señaló que en agradecimiento por haber sido beneficiados gracias a las privatizaciones emprendidas desde el Gobierno, a los invitados se les solicitaba una "módica y aportación" de veinticinco millones de dólares a favor del Revolucionario Institucional -sí, leíste bien- para solventar la campaña presidencial de 1994.

Cabe mencionar que a varios de los ahí reunidos se les cayó la cara de sorpresa. Ante la duda y titubeos, Emilio Azcárraga Milmo, entonces mandamás de Televisa, salvó las cosas afirmando que además de ser "soldado del presidente", él se sentía en la obligación de apoyar al Gobierno que le había dado a ganar tal cantidad de dinero por contratos de publicidad. "Me comprometo a aportar el triple, setenta y cinco millones de dólares para la campaña" dijo, ufano, Don Emilio. Con ello, a los convidados a la cena no les quedó más remedio que tener que secundar las intenciones de Salinas y resistir el sablazo. Para buena fortuna de los convidados, detalles de la cena fueron filtrados a los medios de comunicación y aparentemente todo quedó ahí, en un intento de coerción presidencial.

Casi treinta años después e indiscutiblemente para fines mucho más nobles, que no afortunados, el presidente López Obrador aplica prácticas similares -cena, presión amistosa y sablazo- y echa mano de los hombres y mujeres de dinero. Pretende que sean ellos quienes compren boletos para la rifa de 20 millones de pesos destinados a amortizar los pagos del contrato de arrendamiento del avión presidencial. Con ello, el mandatario intenta salir de un entuerto innecesario en el que él mismo se metió y que hasta ahora no ha podido resolver. Una medida que terminaremos pagando todos por partida doble.

A la espera de los detalles y cotilleos de la cena, vale preguntarse quién será el que se anime a decirle que no al mandatario y le repita lo que muchos pensamos: tratar de rifar un avión que no nos pertenece es, además de algo tragicómico, otro de los tantos paliativos que no resolverán dos de los principales males que aquejan al actual Gobierno. Se llaman terquedad e incapacidad de escuchar.

"No, don Andrés Manuel, lo que propone es un tanto disparatado. Mejor dedíquense a resolver lo apremiante, que por cierto es muchísimo, y déjese de rifas y sorteos propios de un presentador de televisión e indignos de la investidura del jefe del Estado".

¿Habrá alguien dispuesto a señalarle eso a un presidente que ha concentrado y hoy detenta tal cantidad de poder?

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