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Confusión que puede remediarse

JULIO FAESLER

La brújula baila. Hay demasiada turbulencia en las redes sociales que la reparten. Válvulas de escape que ensordecen y propalan sandeces e insultos que contaminan. Muchas "noticias falsas". Mucha desorientación. Pero no hay que perder el rumbo y el presidente debería poner orden.

Después de un año completo de seguir mañana a mañana la intención del presidente de hacer de México un nuevo país, queda claro que seguir por el camino intuitivo no lo llevará a la meta. Todo político tiene que hundirse en las profundidades de la psicología de su pueblo y ahí detectar las necesidades que requieren atención. Lo difícil es acertar como hacerlo. Para esto se necesita humildad.

Hasta ahora AMLO ha insistido en que todo se ha hecho mal, y con mala intención. Esa visión incompleta. No se engañe, la opinión pública siempre estará descontenta. Ningún pueblo estará completamente satisfecho con sus gobernantes. Reducir el discurso del que llega a criticar lo pasado es de simpleza primitiva.

En el curso del primer año de este gobierno, la dispersión de ideas y de propuestas de escaso respaldo técnico ha dañado la administración. Otras alternativas habrían sido mejore. Pero el presidente se ha mostrado terco en no variar sus decisiones. Le ha faltado sentido común en asuntos meramente técnicos que no tenían porqué lastrar la confiabilidad de sus intenciones centrales.

Es aquí donde ha ganado el orgullo y la soberbia del presidente que cree que la ciencia, la economía o las crudas realidades administrativas ceden ante la buena voluntad. El éxito que AMLO busca es cambiar las mentalidades. Cambiar la visión de las cosas, alejar a todos de la idea de que la corrupción es lo que prevalece importa y que la sumisión al destino todo lo remedia.

Líderes como el Mahatma Gandhi o Martin Luther King, que condujeron a sus pueblos a nuevas dimensiones de vida, no se entramparon en proyectos civiles mal meditados que les restarían confiabilidad. Véase en cambio lo que sucedió con el ya famoso avión presidencial que aterrizó en un impasse que ahora requiere que el presidente, y hasta el Congreso, inviertan su autoridad para atender el ridículo internacional. La nueva refinería, con interrogantes hasta para los ingenieros más avezados; la distribución de medicinas, complicadísimo enredo de corrupción con secuelas humanas. No debe AMLO cargarle tanto peso a sus seguidores que quieren creer más en él que en sus propuestas. Su tolerante debilidad ante las sucias truculencias de sus enemigos anarcos que "mecen la cuna" de las violaciones a la dignidad de la UNAM, son todavía más caminos que impiden acabar con la impunidad que gozan los enemigos verdaderos del pueblo y fortalecer a la nación mexicana.

El primer año de gobierno debió haberle enseñado al señor presidente que le faltó sentido común a su indiscutible empeño moralizador. Para mantenerse fiel a su meta la moralidad que predica le obligaba escoger colaboradores que superan más que él en su especialidad y cuyos consejos habría de respetar. Hasta ahora no le ha preocupado tripular a su administración con los que más saben sino con los que más profesaban admirarlo. La materia prima de un funcionario es el patriotismo y la buena intención, pero el conocimiento profesional era indispensable.

La soberbia ha hundido a muchos líderes que partieron de intenciones firmes pero que carecieron de la humildad necesaria para atender a los que más sabían. Lo que AMLO necesita para continuar su propia brega de eternidades es hacerse lo antes posible de un consejo de ciudadanos patriotas, preparados y experimentados de quienes recibiría opiniones expertas y válidas sobre sus propuestas de acción. Estos consejos mixtos funcionan en algunos países con éxito.

La creación del Gabinete Económico coordinado por Alfonso Romo es un ejemplo de lo que hay que hacer siempre que se le complemente con asesores técnicos calificados. Bien entendido, y respetado por el presidente, puede aportar estrategias para inversiones bien diseñadas y viables que acreditarán su gestión.

Al presidente parece faltarle consejeros profesionales capaces y valientes en cada una de las secretarías de estado. De haberlos, y de hacerles caso, se podría evitar la repetición de desaciertos que han desviado tan gravemente la brújula que baila.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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