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Desafíos y crecimiento mundial lento

LAURA ITURBIDE GALINDO

En 2020 la actividad mundial no volverá a alcanzar un ritmo de crecimiento superior a 3% (por ahora, la proyección es de 2.5%), pero tampoco lo hará en los próximos dos años; sin duda nos encontramos en una tendencia de avance lento.

Este año, el crecimiento mundial experimentará una ligerísima recuperación, por aumentos en la inversión y el comercio, después de que registrara un avance de 2.4% el año pasado, el peor desempeño desde la crisis internacional de 2009.

Gracias a que algunos países emergentes saldrán del estancamiento o incluso lograrán superar la recesión, las naciones en desarrollo avanzarán a 4.1% después de haberlo hecho en 3.5%, en 2019. En tanto, en las naciones avanzadas, la continua debilidad de la manufactura pasará factura y éstas sólo podrán crecer este año 1.4%, desde el 1.6% logrado en 2019.

Sin embargo, este pingüe avance económico esperado se encuentra condicionado por diferentes factores, tales como una mayor desaceleración en China, ahora sujeta a las secuelas negativas del coronavirus; las tensiones geopolíticas exacerbadas por el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, ordenado por el presidente Donald Trump; recrudecimiento de los conflictos comerciales, y eventos meteorológicos extremos causados por el cambio climático, entre otros factores.

Además de los riesgos a choques externos, de acuerdo con el Banco Mundial, la economía global muestra vulnerabilidad, al estar sujeta a dos grandes amenazas: al importante aumento de la deuda corporativa y a la caída prolongada en los niveles de productividad.

Así, la deuda entre los países emergentes y en desarrollo ha escalado de 115% del Producto Interno Bruto (PIB) en 2010 a casi 170% en 2018. En tanto, la deuda corporativa de Estados Unidos y otras naciones del orbe ha comenzado a mandar señales de alarma, fruto del “dinero barato” disponible por mucho tiempo.

Un elevado nivel de deuda conlleva muchos riesgos, principalmente, porque los países no cuentan con holgura fiscal para contrarrestar la atonía económica, además de que supone siempre una impecable gestión de ésta para manejar su sostenibilidad en el largo plazo.

El otro aspecto que inquieta es la desaceleración sostenida de la productividad en la última década, ya que este aspecto está asociado a dos temas neurálgicos de cualquier economía: calidad de vida y desarrollo económico. Otra vez, desde la crisis de 2009 el historial de retrocesos en productividad en los países emergentes y en desarrollo no se equipara a ningún otro periodo en profundidad y extensión.

Esta situación se liga a la reducción en los niveles de inversión y a mejoras en términos de eficiencia, así como al retroceso de factores clave en la productividad, como educación y calidad institucional, de acuerdo con el Banco Mundial.

Un avance lento de las economías hace también que el crecimiento per cápita se mantenga por debajo de los promedios de largo plazo y marche a un ritmo lento que impida alcanzar el objetivo número uno del desarrollo sostenible: abatimiento de la pobreza.

En este escenario de débil crecimiento, es urgente la reactivación y estímulo a la inversión privada; la focalización a mayores y mejores competencias laborales y a la adaptación e innovación tecnológicas; así como a un entorno favorable a la estabilidad macroeconómica y a un sólido Estado de derecho. La perspectiva mundial en 2020 es una muy frágil tendencia ascendente, por lo que el ejercicio de las políticas públicas debe ser prudente, responsable y tendiente al ajuste estructural de las economías.

Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac en la Universidad Anáhuac México, campus Norte.

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