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El descanso

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"El dulce reposo no sólo da vigor al cuerpo, sino también al espíritu, pero el trabajo abrumador va corroyendo las fuerzas de uno y de otro".— Ovidio

Tomé algunos días de vacaciones y modestia aparte, fueron bien merecidos. Encuentro que algunas personas, quizá por recato o humildad, afirman desconocer si sus descansos se justifican o no.

Como a mí eso de la prudencia se me ha venido quitando conforme pasan los años, prefiero gritar a los cuatro vientos que merezco descansar cuando estoy a nada del colapso. De hecho todos, sin distingo, precisamos recobrar la calma perdida para así tomar mejores decisiones.

Ya si nos atrevemos a hacer tal cosa -emprender vacaciones- contraviniendo el falso complejo de la importancia que nos conduce a pensar que si nos vamos a otro sitio, el mundo se detendrá o llegará a su fin, hagámoslo bien. Fuera las medias tintas, nada de culpas ni remordimientos o dejar pendientes en casa. Además, como decía María Félix, hay que saber darle gusto al cuerpo.

A medida que crezco y llego a una edad relativamente madura, caigo en cuenta de que las pausas y los paréntesis también nos salvan de lo exasperante que en ocasiones llega a ser la rutina. Los seres humanos nos hemos acostumbrado a vivir en automático, invadidos de pendientes y responsabilidades que nos abruman y rebasan, de ahí que romper el ciclo de lo cotidiano resulte tan sano, catártico, liberador e inteligente.

Para romper con la rutina no se necesita emprender trayectos apoteósicos y viajes faraónicos; basta con ir a un paraje cercano, saber abrir bien los ojos y respirar.

Los últimos días de diciembre sirvieron para estar con la familia, abrazar a mis amigos y platicar sin límite con la gente que verdaderamente me interesa. Sí, porque aceptemos que a menudo y por ende número de motivos -llámese compromiso- nos vemos en la obligación de interactuar con personas que poco o nada aportan a nuestras vidas.

De ahí que las vacaciones resulten el motivo perfecto para estar con aquellos que nos son entrañables. Vacaciones para mirar al cielo, asistir a atardeceres maravillosos, respirar, soltar el cuerpo en toda la extensión de la palabra. Fluir y quién sabe, hasta para recobrar la perspectiva y regresar un poquito más sabios y atemperados.

2019, como escribí al responder al Cuestionario Proust, resultó maravilloso pero agotador, desafiante, quizá demasiado intenso. Así es la vida, sin medias tintas, pero lo trepidante desgasta.

Supongo y sé, querido lector, que tú también aprovechaste para hacer lo mismo que hoy te narro. Cada quien encuentra y transita sus propios y personalísimos caminos para la abstracción y lo catártico. Reflexionar, descansar y abstraernos de lo cotidiano, romper con la rutina y darle rienda suelta a lo placentero siempre será necesario.

Más que un acto de egocentrismo, hacer paréntesis y ponernos en pausa supone la oportunidad de regresar a lo fundamental, a todo aquello que verdaderamente importa y que con frecuencia ignoramos o pasamos por alto, absortos en el mundanal ruido que todos los días nos atrapa.

Exhalar sirve para poner la vista en nuevos horizontes, trazar objetivos y metas por cumplir. No en balde, diciembre es el mes de los propósitos y la renovación personal, enero la oportunidad de hacer las cosas de forma diferente y reinventarnos.

Vacacionar incluyó abstraerme casi por entero de la información, mayúscula irresponsabilidad para cualquier comunicador, pero son pequeñas licencias que me concedo conforme gano años y un poquito más de experiencia.

También, vacación fue pretexto para prestarle poca, poquísima atención a cierto objeto que se ha convertido en pieza fundamental de nuestras vidas, y a la par representa el quebranto a la tranquilidad interior.

He de confesar que por mi mente pasó la idea de dejarlo en casa arrumbado en un cajón. Sin embargo, diciembre también es época de fraternidad, buenos deseos y de vencer la distancia física para comunicarnos con aquellos que están lejos. De ahí que el celular, casi a regañadientes, también viajara conmigo.

Afortunadamente sonó muy poco y no dio lata, por lo menos no la que acostumbra durante las incesantes jornadas de trabajo. Encontré la forma de silenciar la mayoría de sus aplicaciones y destinar el menor tiempo posible en atenderlo. Casi lo abandoné.

Fue un descanso en toda la extensión de la palabra.

Twitter @patoloquasto

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