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Irán, síntoma del desorden mundial

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El asesinato del general Qasem Soleimani en Bagdad es el golpe más duro que ha dado Estados Unidos a Irán de forma abierta y directa en toda la historia de la revolución islámica, que cumplirá en febrero próximo 41 años. Este golpe forma parte de una escalada reciente de tensión entre ambos estados, pero también se inscribe en una hostilidad más antigua entre la potencia mundial americana y la potencia regional persa. El golpe, además, tiene serias implicaciones para la estabilidad de Oriente Medio y del orbe en general, y evidencia de forma clara cómo ha cambiado el orden internacional en la última década.

La hostilidad entre EUA e Irán viene desarrollándose con altibajos desde hace cuatro décadas. El triunfo de la revolución del ayatolá Jomeini el 11 de febrero de 1979 trajo consigo la instauración del gobierno republicano teocrático vigente. El hecho significó una doble afrenta para la hegemonía estadounidense: acabó con el régimen monárquico Pahlaví, aliado de Washington, y confirmó los límites de las capacidades de EUA en Oriente Medio en la misma década de la derrota en Vietnam y la crisis del petróleo.

Más recientemente, el antecedente directo es la salida unilateral de EUA del acuerdo multinacional para evitar que Irán desarrolle armas nucleares, y la consecuente reanudación de las sanciones de Washington a Teherán. No obstante, el asesinato de Soleimani forma parte de una escalada que lleva meses y se inserta en la disputa por la hegemonía de Asia Occidental con guerras subsidiarias o irregulares de por medio, y en la que participan potencias globales y regionales.

El desorden y vacío dejado por las guerras en Irak y Siria -iniciada la primera y patrocinada la segunda por EUA- permitieron el crecimiento de grupos terroristas que afectan principalmente a países de la zona. En medio de esto, Irán ha construido una estrategia de influencia que incluye el control de grupos chiíes en toda la zona -desde Líbano hasta Irak- con dos propósitos: frenar a los extremistas suníes, y desestabilizar los intereses de EUA y sus aliados en la zona, principalmente Israel y Arabia Saudí.

En dicha estrategia, el general Soleimani era una pieza clave al frente de la fuerza de élite Al Quds, perteneciente a la Guardia Republicana, que responde directamente al ayatolá Jamenei, líder supremo de Irán, y considerada por EUA recientemente agrupación "terrorista". Su asesinato es la escalada más fuerte de una tensión que ha incluido acciones de grupos chiíes contra posiciones estadounidenses -como el asesinato de un contratista o el asalto a la embajada en Bagdad- y saudíes -como el ataque con drones a instalaciones petroleras.

Hacia afuera de EUA, el asesinato de Soleimani es un golpe de martillo del presidente Donald Trump para poner un hasta aquí a las acciones hostiles y la creciente influencia de Irán en Siria, Irak y Líbano. Hacia dentro, no puede soslayarse el hecho de que Trump está bajo el asedio de un juicio político por abusar de su poder público para ejercer presión a un gobierno extranjero -el de Ucrania- con el fin de obtener un beneficio político. Los posibles réditos políticos internos de una acción militar en el extranjero no son fantasías en el caso de EUA, aunque tampoco son los únicos detonadores.

Para el régimen de los ayatolás, el golpe ocurre un momento crítico: Irán enfrenta una crisis derivada del agotamiento de un modelo económico excesivamente petrolizado, en medio de fuertes gastos para mantener su estrategia geopolítica. Este hecho, aunado al endurecimiento del gobierno ante cualquier atisbo de oposición, ha propiciado el crecimiento de un malestar interno que se traduce en protestas callejeras que han sido reprimidas. Sin embargo, el ataque de Trump parece estar uniendo a la nación persa en un ánimo de venganza contra EUA y sus aliados.

De cualquier forma, el asesinato de Soleimani pone al gobierno iraní en una encrucijada vital: de cara a su población, se ve obligado a responder con dureza a la agresión estadounidense; pero de cara a EUA, esa respuesta puede motivar un ataque aún más duro de parte de Washington, tal y como ha amenazado el gobierno de Trump. Si bien es cierto que el Irán de los ayatolás no es el Irak de Sadam Hussein o el Afganistán del Talibán, no tiene la capacidad económica ni bélica para soportar una guerra abierta contra EUA.

Esto nos lleva a plantear la posibilidad de que Irán busque aliados fuertes que puedan respaldarlo. Rusia y China, con quienes ha hecho sintonía en algunas decisiones sobre Siria e Irak y a quienes ha sumado a recientes ejercicios navales militares en sus aguas nacionales, son vistos como tal. Pero la cercanía de posiciones o ciertos intereses comunes no deben ser confundidos con una alianza militar incondicional. Por el momento, ni Moscú ni Pekín parecen interesados en involucrarse en la escalada en términos bélicos, y más bien buscan disminuir la tensión con diplomacia.

Para su anunciada venganza, a Irán le queda su alianza con los grupos que Soleimani creó o atrajo a la línea de influencia de Teherán, y que se encuentran desplegados en Líbano, Siria, Irak y Yemen. Es decir, más que una guerra abierta, Irán mantendría la vía irregular y subsidiaria para golpear los intereses de EUA en la zona, motivar la salida de las tropas estadounidenses de Irak y Siria y subirle el costo a una posible invasión o bombardeo directo.

Las consecuencias del asesinato han sido inmediatas y dejan ver que la escalada sigue en ascenso. El fin de semana se arrojaron proyectiles a zonas de Bagdad en donde EUA mantiene tropas; Trump ordenó el despliegue de al menos 3,000 soldados más en la región y amenazó con golpear 52 sitios emblemáticos de Irán; el parlamento de Irak aprobó pedir la salida de las fuerzas estadounidenses, y el gobierno de Irán ha cancelado la posibilidad de un nuevo acuerdo nuclear a la par de que ha redoblado su amago de venganza.

Pero hay otras consecuencias menos visibles. Trump está aislando a EUA y está afectando la ya de por sí afectada confianza de Occidente en el otrora líder del "mundo libre". Porque Soleimani no es Bin Laden, ni Al Baghdadi, ambos aniquilados por fuerzas de EUA, y ellos sí cabezas de agrupaciones reconocidas como terroristas por el consenso internacional. E incluso Sadam Hussein, expresidente de Irak y enemigo de EUA, fue derrocado, procesado por la justicia de su país y condenado a muerte.

El hecho de que Trump presuma haber ordenado asesinar con drones a un alto funcionario militar de un gobierno extranjero en un tercer país, y que amenace con destruir lugares del patrimonio cultural de Irán, ambos actos ilegales, coloca al mundo frente a la normalización del terrorismo de Estado y el caos. Trump inaugura en Occidente una nueva era de barbarie internacional. Una era sin principios éticos comunes, ni siquiera ya como coartada o pretexto. Una era en la que ya no cabe la justicia ni la diplomacia, sólo la venganza y los desplantes del nuevo matón del barrio.

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