Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En medio del acto conyugal la esposa le preguntó a su marido: "¿Por qué estás tardando tanto en terminar? ¿Tú tampoco puedes pensar en otra persona?". "Nuestro amor no será en campo de plumas, sino sobre el de grama césped no desnudo". Esos enredados conceptos le dijo Saberina a su novio Pitorrango. Quería significar que no yogarían en colchón, sino en el suelo, sobre el zacate o hierba. El galán se quedó in albis, quiero decir que no entendió palabra de lo que declaró la culterana chica. Culterana, digo, porque los términos que empleó son gongorinos, o sea propios de Góngora, poeta el favorito mío después de Ramón López Velarde. Advierto, sin embargo, que yo también estoy oscureciendo el relato. Lo diré en sencillo modo, perdón por la metátesis pidiendo. Pitorrango era dueño de un cochecito diminuto, de ésos de interior sumamente estrecho. En tan compacto vehículo fue con su novia al solitario paraje llamado el Ensalivadero, a donde acuden por la noche las febricitantes parejitas que no tienen dinero para pagar un cuarto de motel. Saberina descendió del pequeño auto y le dijo en tono urente a Pitorrango: "¡Ven! ¡Baja del coche antes de que se me pasen las ganas!". Respondió con apuro Pitorrango: "Si a mí no se me pasan las ganas no podré bajar del coche". (No le entendí). Don Eglogio, ranchero acomodado, se enteró de que su nuevo vecino había comprado un toro de registro. Le habló por teléfono y le dijo que quería ir a ver al semental. "Venga usted cuando quiera" -respondió, amable, el propietario. Preguntó don Eglogio: "¿No le importa si llevo también a mi esposa y mis 18 hijos a que vean el toro?". "¡18 hijos! -se sorprendió el vecino-. ¡Mejor yo llevo al toro a que lo vea a usted!". El doctor Analgos, tocólogo eminente, iba a dar una conferencia sobre el parto sin dolor. Un centenar de pacientes suyas, todas en avanzado y visible estado de embarazo, fueron en dos autobuses a oír la disertación. Un borrachito que andaba por ahí las vio descender de los camiones, que creyó del servicio público, y exclamó lleno de asombro: "¡Uta! ¿Qué ya nadie lo hace por la pura diversión?". Conocemos muy bien a Afrodisio: es un hombre proclive a la concupiscencia de la carne. En tono untuoso y serpentino le pidió aquellito a Candidicia, doncella que tenía mucho pudor. Replicó ella indignada: "¿Acaso crees que soy una prostituta, ramera, cortesana, buscona, mesalina, hetaira, golfa, maturranga, perendeca, sexoservidora o meretriz?". (Nota. Se ve que Candidicia tenía, a más de mucho pudor, mucho vocabulario). A su pregunta contestó Afrodisio: "Yo no dije que te pagaría". Recordemos la ocasión cuando el buen padre Arsilio no podía obtener dinero de sus feligreses para restaurar la iglesia. Cerúleo, su sacristán, le dijo: "Lo que sucede, padre, es que usted les pide con mucha suavidad a esos tacaños. Al terminar la misa de hoy haga salir a las mujeres y luego déjeme solo con los hombres. Ya verá". Intrigado, el padre Arsilio hizo lo que el rapavelas le pidió. Una hora después entró Cerúleo en la oficina parroquial y puso sobre el escritorio del cura dos enormes bolsas. Abrió una el padre Arsilio: estaba llena de billetes de alta denominación. "¡Alabado sea el Señor! -profirió atónito-. ¿Qué hiciste, hijo, para conseguir tanto dinero?". Explicó Cerúleo: "Saqué un cuchillo de carnicero y les dije que al que no cooperara le cortaría los güevos". "¡Santo Cielo! -se asustó el padre Arsilio-. ¡Con razón traes dos bolsas llenas de billetes!". "Es solamente una -precisó el sacristán-. En la otra viene lo de aquéllos que no quisieron cooperar". FIN.

Leer más de Columnas la Laguna

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Columnas la Laguna

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1659496

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx