Columnas la Laguna

ANÉCDOTAS

A OJO SANO, MEJOR LECTURA

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

-Doctor, deme alivio, me duelen las sentaderas, le digo quejumbroso al médico familiar del IMSS.

-¡Las nalgas! Así se llaman, me corrige poniendo cara de muy docto. Me siento cohibido y bajo la vista. Toma la presión sanguínea y masculla: ciento treinta diagonal sesenta.

-¿Estoy bien?, me atrevo a preguntar. Afloja el rostro y enmienda la arrogancia inicial: usted tiene pulso de quinceañera. Es una burla. Y no sonrío porque a esta edad longeva siento que el aire se me va, el corazón se achica y tiemblan manos y piernas a ritmo de maraca parkisionana. La saliva se me escurre sin querer por la boca, y como los toros heridos de muerte, continuamente busco las tablas para no caerme. Por lo tanto, tales diagnósticos consolatorios escuchados a lo largo de los últimos años de asistencia obligada a los servicios de emergencia del IMSS, ni me reaniman ni me enhiestan.

El dolor nalgatorio -para seguirle el juego al purista de los términos anatómicos- no cede y reclama atención con vibraciones enfadosas de los nervios aprisionados en la columna vertebral.-Esta molestia comenzó hace diez o doce años pero en los últimos tiempos se volvió más aguda y no puedo permanecer sentado diez o quince minutos de corrido tratando de leer un libro o disfrutar de los conciertos televisivos, le explico sin que él me lo pida. Indiferente, se puso a trazar garabatos en una hoja tamaño carta doblada por la mitad.

Se levantó de su sillón poco después, tomó el pulso con el estetoscopio y desde las alturas -él de pie, yo sentado- agregó calmosamente: -se hubiera operado en aquella época; ahora, a sus años, ni lo piense.

Su dictamen me afligió, pero momentáneamente. Enseguida reflexioné: seguro va a recetarme medicamentos específicos que alivien la dolencia o a la mejor me manda con el traumatólogo. Nada de eso sucedió y respondió lacónicamente:

-Consígase un cojín ortopédico con bolitas de espuma y úselo en todos lados, incluyendo el excusado. También lo puede usar para levantar las piernas y mejorar la circulación o como almohada para ponérsela en la espalda y ver la tele sentado en la cama. Eso es todo, que Dios lo acompañe. Dirigió la vista hacia la puerta del consultorio e invocó al siguiente enfermo que esperaba turno.

-Doctor, necesito seguir leyendo y así no puedo hacerlo, imploré con la mano al pecho oprimiendo la puerta con la doliente cadera para evitar que alguien más entrara.

Se sorprendió y luego estalló en carcajadas -¡A poco usted lee con las nalgas! Se empinó sobre el escritorio, palmoteó y escondió el rostro entre las manos tratando de acallar la hilarante reacción. Se le escaparon las lágrimas, sus cachetes enrojecieron y sus canas vibraron con el jolgorio que sacudía su cuerpo. Salí al pasillo con paso torpe y dolorido y antes de llegar a la escalera que conduce a la planta baja, todavía alcancé a escuchar las risotadas del médico guasón que se regodea con el dolor ajeno.

Escribo esto sentado en el cojín ortopédico que compré en doscientos pesos, pero lo hago de lado porque una nalga me duele más que la otra. ¡Ah! También lo uso en la cocina y el comedor, sillas de por medio.

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