Llovió ayer la mansa lluvia que esperábamos desde hace meses.
Llovió de día y de noche, callada y lenta, suave como caricia de mujer.
No corrió el agua como corre cuando cae un chaparrón. La tierra se la bebió y la guardó en su seno, en sus senos. La sacará luego a la luz convertida en hierba, en savia de árbol, en espiga, fruto y flor.
Esta lluvia es regalo de año nuevo para la gente de Ábrego. Pondrá en la mesa el pan de cada día. Es la esperanza. Cuando veo la lluvia veo la vida. Llueve sobre el campo y llueve también dentro de mí. Con esa lluvia quedo bautizado.
Hoy iré de regreso a la ciudad. Voy con la promesa del campo verdecido, de la mies dorada, de la labor que se sembró.
Carezco del valor que se requiere para ser ateo, para creer sólo en el hombre -en el hombre solo-, pero me alegra tener algo donde poner mi gratitud.
A ese algo, o alguien, o alguno, le doy gracias por la lluvia que desde mi ventanal estoy viendo caer.
¡Hasta mañana!...