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La sonrisa de Dios

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

En su mensaje de Navidad dirigido el lunes pasado a los trabajadores y empleados del Vaticano, el Papa Francisco les pide y con ello a todos los hombres de buena voluntad en el mundo, que se dejen sorprender por la sonrisa de Dios.

El mensaje papal se propaga como las ondas concéntricas de un cuerpo de agua, en el que se lanza una pequeña piedra que cala hondo. Con vista a la escena en el pesebre en que fue recostado Jesús por María y José, el Papa nos pide que pensemos en la manifestación de Dios en la fragilidad de un niño, que en términos humanos mueve a sonreír a los ángeles y a los pastores que con alegría celebran su llegada en la gruta de Belén.

El episodio del niño peregrino a la hora de su nacimiento y posteriormente perseguido y exiliado en Egipto por la persecución de Herodes, se repite dos mil años después en la migración forzada de miles de personas que son expulsadas de sus comunidades por causa de la pobreza, la opresión o la guerra.

Después de treinta años de preparación para su vida pública, Jesús hace fila como cualquier ciudadano de a pie para ser bautizado por Juan en el Río Jordán, y de allí se lanza a la predicación del Reino que se enfoca en la certeza de que Dios está con nosotros, acompañando al género humano en la aventura de la vida, que de esta suerte se convierte en una ruta trascendente que traspasa la realidad de este mundo material.

Sorprende que la fragilidad del pesebre y el drama de la Cruz en que en términos de vida humana y aparente fracaso parece concluir la existencia terrena de Jesús, sean la semilla de la esperanza en un proceso en el que la Resurrección a la vida perdurable, nos enseña que la muerte no es un fin sino un nuevo inicio. Sorprende la sonrisa de Dios que no es de satisfacción sino de amable solidaridad, ya que en medio de las tribulaciones Jesús se coloca a lado del hombre para caminar con él y darle sentido a su existencia.

El reflexionar en el misterio que lo anterior implica, hace que el asomarse a la profundidad de Cristo cause vértigo en virtud de que para los cristianos la presencia de Dios con nosotros, genera un compromiso de vida que nos obliga a la búsqueda de nuestra misión en la vida, en medio de una sociedad enferma y en especial frente a nuestros hermanos más vulnerables, que sufren el flagelo de la pobreza, el desamparo y la soledad.

La celebración de la Navidad cada año abre la oportunidad de hacer un alto en el camino y renovar nuestro compromiso, a contracorriente y a despecho del ruido y de la asfixia en que nuestras formas culturales de consumo de bienes materiales, han sumido a la temporada navideña.

El reto consiste en encontrar en estos días la ventana que nos permita acceder a nuestro interior, en el único lugar en el que en nuestra realidad material, el hombre encuentra la libertad en plenitud. Acto seguido, con vista a ese espacio íntimo y en perspectiva a la realidad universal que nos circunda, resulta obligado preguntarnos cuál es la voluntad de Dios para cada quién, de tal manera que ese conocimiento permita a cada cual, alinear y poner en sintonía el querer propio del hombre, con el plan divino.

Si al menos logramos asomarnos a esa ventana, se habrá cumplido el propósito de esta Navidad y podremos iniciar el camino.

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