Los sucesos de la vida nacional en el primer año de gobierno de López Obrador, revelan la incongruencia entre el discurso y el proceder del Presidente, que hace transitar al país, bajo la presión de dos o más tendencias imperiales distintas.
Por una parte la narrativa de antes y durante la campaña electoral y aún al día de hoy, discurre hacia la izquierda en favor del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela; el saludo a la llegada de Alberto Fernández al poder en Argentina; el reconocimiento del precario triunfo electoral de Evo Morales en Bolivia y la posterior concesión de asilo político a dicho personaje, así como el apoyo a los países del Foro de Sao Paulo, cuyos gobiernos mantienen un discurso en contra de los Estados Unidos.
Sin embargo la emancipación de la clase trabajadora y el impulso al socialismo comunista que en el siglo veinte marcó la pauta de la izquierda marxista ha quedado atrás y en su lugar, viejos imperios reinventados disputan su lugar el mundo, a partir de un capitalismo de estado en el que el gobierno se asocia a la élite empresarial, integrando una cúpula que mantiene el control hasta la base del cuerpo social. La llamada nueva izquierda se reduce a sostener la causa de minorías marginales que pulveriza a la sociedad y genera un individualismo extremo, que al debilitar a la familia y al resto de los organismos intermedios, fortalece el control del estado sobre la persona individual y tiende a borrar todo sentido de comunidad.
El referido Foro de Sao Paulo es una invención de la política exterior de Cuba, que en aras de la sobrevivencia del sistema castrista trata de cohesionar a las izquierdas de Iberoamérica, para mantenerse en el plano internacional, sin abandonar la opción de ofrecerse a los imperios emergentes de China, Rusia o de quién resulte mejor postor, incluidos los mismos Estados Unidos. Estamos en un escenario mundial multipolar, en el que tiene lugar una lucha por el poder que si bien parece ya no tener contenido ideológico, sigue siendo política en sentido estricto.
Por ello no es extraño que en el terreno de los hechos, López Obrador opere en alianza con el gobierno de Donald Trump, como apoyo instrumental a la política anti inmigrante del Gobierno Americano; en el combate al narcotráfico en base a una estrategia en la que México sigue poniendo los muertos; en la firma del T-MEC como acuerdo comercial ensombrecido por una cláusula de injerencia que nos pone bajo una supervisión del Imperio en materia laboral, que no tiene precedentes.
En la relación del actual Gobierno Mexicano, con las fuerzas izquierdistas que campean en Venezuela y Bolivia, la Cancillería Mexicana no ha tenido empacho en intervenir a solicitud de Washington, en el congelamiento de las cuentas bancarias de altas figuras vinculadas a Maduro y al chavismo, y la abrupta e inesperada salida de Evo Morales de nuestro país, en busca de refugio en otras latitudes, habla por sí misma.
Lo anterior ocurre a pesar de que el discurso antimexicano del ocupante de la Casa Blanca no cesa ni se atempera, al tiempo que la narrativa anti yanqui del Foro de Sao Paulo continúa a tambor batiente, por lo que la certidumbre de nuestro país en materia de política internacional e incluso de política interna en materias de capital importancia como la seguridad y el intercambio comercial, penden de un hilo.
La misma aprehensión de Genaro García Luna se inscribe en esta dinámica desconcertante, y no solo opera en contra de las aspiraciones del expresidente Felipe Calderón, sino que constituye una amenaza generalizada para el universo de los protagonistas de nuestra vida pública en su más alto nivel, de todos los colores partidistas. Todos los componentes del sistema incluida la 4T quedan expuestos a las declaraciones incriminatorias del detenido, cuya trayectoria policiaca ancestral y su refugio de facto en territorio norteamericano en los últimos años, dicen mucho de lo que dicho personaje ha servido, y está dispuesto a servir a los intereses del Tío Sam.
