Una niñita rubia era la Virgen, y un muchachillo con barba postiza era San José.
Yo, niño de siete u ocho años, me enamoraba siempre de la Virgen, y al que hacía de su castísimo esposo le decía entre dientes: "Cabrón".
Posadas de ayer. O, más precisamente, de antier o anteayer. Se hacían en las casas del barrio, una distinta cada día, con rezo del rosario, cantos -"E-en el nombre del Cie-e-e-lo o-o-os pido posa-a-a-da."-, piñata de la que caían dulces, naranjas, cacahuates, cañas, y luego cena de tamales con champurrado y buñuelos que tenían la levedad del aire.
Recuerdo a mamá Lata, mi abuela -se llamaba Liberata-, recitando las letanías de la Virgen. Una vez dijo: "Reina de los profesores" en vez de decir: "Reina de los confesores". Risa general. Cuando llegaba a las avemarías finales decía: "Virgen purísima antes del éste, durante el éste y después del éste", pues sostenía que la palabra "parto" no era para ser oída por niños ni por señoritas.
No extraño mucho las navidades de mis abuelos porque ahora tengo las navidades de mis nietos. Los veo embelesados frente al nacimiento y pienso con gratitud para la vida -para la Vida- que seguirá habiendo navidades después de mi nuevo nacimiento.
¡Hasta mañana!...