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México, sin visión geopolítica

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ

Desde el siglo XIX, México forma parte importante, si no es que vital, de la estrategia geopolítica de Estados Unidos. Primero como territorio susceptible de conquista, luego como estado sobre el que se debe influir poderosamente. Esta influencia hoy se deja sentir en varios aspectos como la subordinación de las políticas exterior, migratoria, comercial y de seguridad. Con o sin neoliberalismo, con o sin Donald Trump, México está atado a la visión que su poderoso vecino del norte tiene de él. El margen de maniobra parece reducido, pero es así porque la visión de quienes han gobernado y gobiernan es más reducida aún. México ha abandonado desde hace por lo menos 40 años la construcción de una geopolítica propia y se ha entregado, en consecuencia, a la estrategia geopolítica de Estados Unidos. Pero no tiene por qué ser siempre así. De hecho, a México le podría ir mejor si lograra consolidar su propia estrategia.

En los últimos meses el actual gobierno federal ha presumido un aparente protagonismo en el concierto internacional americano. Por ejemplo, ha ponderado su plan de inversión en algunos países de Centroamérica; ha destacado como acción humanitaria el asilo temporal brindado al expresidente de Bolivia, Evo Morales, y ha cacareado como un gran logro haber firmado por fin el nuevo tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Pero si revisamos bien las motivaciones de cada una de estas decisiones, es fácil detectar que no corresponden a una estrategia geopolítica, sino que son reactivas, ideológicas o motivadas por la presión de Estados Unidos.

El plan del gobierno mexicano para frenar la migración de Centroamérica responde a las exigencias y amenazas del presidente Donald Trump. El haber recibido a Morales tras el golpe de Estado de facto en Bolivia se derivó más de una afinidad ideológica que del seguimiento a una tradición de asilo, además de que su estancia fue temporal y cabe suponer que en su salida pesó la valoración de Washington sobre la posibilidad de que el expresidente boliviano retomara desde México, es decir, "en las narices del imperio", su lucha por recuperar el poder. Y en cuanto a la renegociación del acuerdo comercial, además de que se inició en el sexenio pasado, se dio a instancias de Trump, quien buscaba un tratado más ventajoso para su país, lo cual ha conseguido.

Pero, ¿puede hacer algo México para liberase de la excesiva influencia del gobierno estadounidense? La respuesta es sí, y el comienzo está en el fortalecimiento de una política exterior propia y una estrategia diplomática que eleve el prestigio del país más allá de la gran valoración que tiene el mundo por la cultura mexicana. Y en este escenario, existen grandes oportunidades derivadas por la ubicación geográfica, la cual por sí misma poco puede ayudar si no se establecen líneas claras de acción para aprovecharla.

México cuenta con extensos litorales en los dos océanos más importantes del orbe: el Pacífico y el Atlántico, pero además una gran cercanía entre ambos. Es decir, nuestro país cuenta con las ventajas geográficas de Estados Unidos y Canadá -el amplio acceso a los dos océanos-, y las ventajas de Nicaragua, Costa Rica y Panamá -la cercanía de ambas costas-. Se trata de una conjunción extraordinaria, única, que México hasta ahora no ha sabido aprovechar. Además, México forma parte por igual de Norteamérica y Centroamérica, y puede considerarse la puerta de entrada y salida de Latinoamérica con la América anglosajona, sin contar con su cercanía con las grandes Antillas.?

Dado lo anterior, podemos decir que México es el pivote de América. Pero si ampliamos la mirada y vemos el mapa global completo, colocando al continente americano en el centro, nuestro país bien puede ser un pivote del mundo, punto de encuentro no sólo del Sur con el Norte, sino también del Este con el Oeste, tal y como lo fue en tiempos de la Nueva España, cuando convergían en este territorio el comercio de China y el comercio de Europa, aunque, claro está, en condiciones de subordinación total en lo político y económico a una potencia extranjera.

Esta privilegiada condición geográfica debe ser aprovechada por México para fortalecerse y depender menos de la geopolítica estadounidense. Para ello, debe sacudir su diplomacia de cualquier sesgo ideológico, un vicio que ha marcado nuestra política exterior sobre todo en los últimos 20 años. México debe estrechar sus relaciones económicas y políticas con América Latina, con quien guarda lazos históricos y culturales importantes. Debe construir puentes más anchos con Europa, de quien puede obtener beneficios comerciales y diplomáticos. Debe abrir también canales de colaboración más fluidos con Asia Oriental, el nuevo eje de la economía del mundo. Y, por supuesto, debe mantener su relación con Norteamérica, pero debe hacerlo en condiciones menos débiles, para lo cual, la diversificación de sus relaciones con las otras regiones mencionadas le puede ayudar.

En cuanto a temas de la agenda mundial, México tendría que encabezar otra vez la lucha por un incremento en la regulación de la venta de armas, en un estricto sentido de congruencia y para tratar de frenar el poder de fuego de los cárteles que operan en nuestro territorio. También tendría que ponerse a la cabeza de la discusión en materia de migración segura y defensa de los Derechos Humanos de los migrantes, para lo cual debería actuar en consecuencia dentro de sus fronteras. En el plano cultural, México podría, por su gran población, disputarle a España el liderazgo en la defensa del idioma castellano en el mundo.

Por último, hay un elemento que México ha desaprovechado y que a lo largo de la historia universal ha representado una gran ventaja para muchas naciones -como lo es hoy para China y Rusia, por citar sólo dos ejemplos-: la diáspora. La gran cantidad de mexicanos fuera de nuestro territorio, principalmente en Estados Unidos, representa una oportunidad para construir una enorme fuerza social y cultural que respalde y defienda los intereses de nuestro país ahí donde se pretenda atentar contra ellos.

Pero para lograr todo lo anterior, el gobierno federal tiene que manifestar la voluntad primero de construir una estrategia geopolítica propia que responda a la nueva realidad multipolar del mundo y considere su condición de nación periférica emergente. Es eso, o quedarnos eternamente rezagados en un papel de subordinación a las potencias del centro. Hay que generar el poder negociador que nuestro país requiere para pararnos frente a nuestros vecinos poderosos con una perspectiva menos desventajosa.

Twitter: @Artgonzaga

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