Columnas Social

PEQUEÑAS ESPECIES

UN VETERINARIO RURAL

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Me dirigía a ver un paciente por un camino empedrado en un pequeño poblado del estado de Durango, Súchil, me encontraba sumamente nervioso, ya que era mi primer cirugía, solo y sin ayudantes en un animal de mas de 600 kg de peso, mi armamento era un viejo maletín de piel bastante maltratado por el uso en el campo, lo llevaba a consultas en aventón y otras de las veces caminando, me encontraba a unos meses de haber egresado de la facultad de veterinaria. Se trataba de una vaca Holstein de las llamadas pintas de negro de un pequeño establo lechero, tenía días administrándole tratamiento, no comía y su rumen (uno de sus cuatro estómagos) se encontraba paralizado, presentaba todos los signos de una reticuloperitonitis traumática conocida también como vaca alambrada, es común esta enfermedad en bovinos alimentados con forrajes de alfalfa o avena empacados con alambre. Había probado los mejores tratamientos de aquellos años, incluso hasta le administré imanes especiales para el estómago, su función era atraer al cuerpo metálico que le está causando la lesión y así evitar la perforación de algún órgano con la punta de ese alambre o clavo.

Al dirigirme caminando a ese pequeño establo, me daba tiempo de repasar desde la dosis de la anestesia hasta el calibre de los hilos que utilizaría para suturar ese enorme estómago, mi preocupación principal era no encontrar algún cuerpo extraño, ¿como justificaría esa enorme herida que le iba a causar por la operación? y lo peor aún, el peligro de la infección, debido a lo alejado del lugar no tenía acceso a un laboratorio animal para comprobar mi diagnóstico, en fin llegué a la casa del propietario del paciente y me recibió con una enorme sonrisa, doctor, me dijo; la vaca amaneció comiendo con un apetito tremendo, así que no va a tener necesidad de la operación. Yo creo que el más contento fui yo, solo que no quise demostrar mi nerviosismo, jamás supe si en realidad fue el tratamiento, el imán, o fue una mentira piadosa para no operar a su querida vaca. Pero en realidad mi paciente mejoró.

Con el tiempo y mayor experiencia, ya no le tenía miedo a las grandes cirugías, afortunadamente todavía les tengo mucho respeto por muy sencilla que sea. Recuerdo que en una ocasión también se presentó un caso clínico similar de una vaca, en un lugar también de Durango cerca de Mapimí, solo que este propietario era de condición más precaria, eran mis primeras visitas y la gente aún no me tenía mucha confianza, para ese entonces ya tenía mi primer vehículo, así que me llevé el mismo maletín y me dispuse a realizar la cirugía a un lado del corral donde se encontraban las cinco vacas que componía todo su patrimonio, hacía bastante calor y los rayos del sol caían intensamente, para eso improvisaron una pequeña sombra en "la sala de cirugía" que era a la entrada de la casa de adobe. Después de anestesiar y de la asepsia, al momento de introducir la mano al interior del rumen a través de la incisión, siempre me venía a la mente la misma incógnita; ¿y si no encuentro nada?, el ridículo que voy hacer delante de tanta gente si no saco el cuerpo extraño que justifique la cirugía.

Al llegar a esos poblados las calles se encuentran vacías, parecen pueblos fantasmas, pero al momento de la cirugía por arte de magia aparecían más espectadores que los dedos de ambas manos, que no solo se conformaban con observar, sino también opinaban sobre la cirugía, y no faltaba quien esperaba alguna falla para decir, ¡te lo dije! este doctor está muy tierno, es mejor el que conozco.

Después de unos minutos de estar buscando en más de veinte kilogramos de alimento en proceso de digestión, encontró algo mi mano dentro del enorme estómago, esboce una sonrisa interna y grité en mis adentros "Lo tengo". Al momento que sacaba ese cuerpo extraño me sentía realmente un mago y todos mis espectadores se encontraban boquiabiertos, solo hacía falta el aplauso para culminar con éxito mi participación. Recuerdo que en aquella ocasión, del estómago de aquel rumiante salió; un sombrero desecho, dos metros de una gruesa cuerda de plástico y la suela de llanta de un enorme huarache de cuatro correas. Al terminar el último punto de la sutura, sentí que me gané la confianza de todos, los dueños de la vaca estaban contentos, los espectadores felices, yo también me encontraba alegre, creo que hasta la vaca la veía sonreír.

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