Tierra adentro he vivido los años de mi vida. El mar, entonces, me es ajeno. Ejerce, sin embargo, una rara fascinación en mí. Me atraen las cosas del mar y de la marinería, tanto que sobre el estante de mis libros está un velero a escala, y sobre la chimenea una pequeña colección de faros.
Tres veces he leído "Moby Dick" y otras tantas "Dos años al pie del mástil" de Richard Dana. Esas lecturas me llevaron a cruzar en cruceros seis de los siete mares. He mirado sus olas en todos los tonos del azul y el gris, las he visto pintarse con los celajes de los amaneceres y de los crepúsculos, y en el Mediterráneo vi al mar del color del vino, según recitó Homero.
A pesar de eso me siento extraño al mar, y aun le temo. No debería temerle: de él salió la vida. Los poetas y los marinos dicen bien cuando dicen "la mar", y no "el mar". Es la gran madre; tiene misterios de mujer.
Estoy escribiendo esto frente al mar. Se diría que todo el mundo es mar. El oleaje choca al pie de la ventana de mi habitación del hotel. Me acomete el impulso de sentir temor. Pero traigo en el corazón el recuerdo de mis montañas, de mis bosques, y la memoria de mi cabaña campesina me conforta ante la inmensa inmensidad del mar.
¡Hasta mañana!...
