Columnas Social

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LA FE COMO RESPUESTA LIBERADORA

ARTURO MACÍAS PEDROZA

El país está en tensión. Muchas veces lo ha estado y ha salido adelante. Actualmente algunos han perdido la esperanzas de una verdadera transformación al constatar la poca participación ciudadana, la ignorancia, la manipulación mediática y el paternalismo de estado, que contrastan con la magnitud de la problemática y el inmenso poder de las fuerzas nacionales e internacionales que tendrían que ser vencidas.

Dentro y fuera de nuestras fronteras, muchos se sorprenden de la limitada reacción de la población mexicana ante abusos, escándalos y situaciones que en otros lugares hubiesen tenido una respuesta muy diferente. Los poderes políticos, económicos y criminales, han formado un efectivo sistema que, con la maquinaria político-mediática-represora, han sido capaces de acallar las voces de descontento.

No obstante que han habido avances significativos gracias a las acciones ciudadanas, entre ellas de campesinos, estudiantes, indígenas y religiosos, la autocracia encubierta está retomando terreno y ha hecho insuficiente el impacto para cambiar la insoportable situación. Algunos afirman que el país no está preparado para tomar las calles, que la capacidad de organización está aún muy débil, que no hay solidaridad ni unidad, que no hay intereses comunes ni motivaciones suficientes, que la recuperación de espacios públicos está aún muy lejana, que el tejido social está muy dañado. Los luchadores sociales sin apoyos ni recursos están cansados de combatir contra un monstruo de mil cabezas. Los Mesías están cayendo y la esperanza se pierde. No hay nada que se pueda hacer. ¿O si?.

Los obispos mexicanos impulsados por el Papa Francisco en su última visita a México (13 de febrero de 2016), han lanzado un "Proyecto Global Pastoral 2031-2033", que contempla una verdadera renovación nacional en el horizonte de las celebraciones de los 500 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe y los 2000 años de la redención. La fuerza de la fe y la intercesión de la Virgen de Guadalupe, han marcado positivamente al país en varias ocasiones y de nuevo salen al auxilio de sus hijos atribulados. "Este Proyecto quiere presentar a Jesucristo vivo y resucitado, cercano, compañero de camino, que amplia horizontes, y nos da confianza ante las realidades tan complejas que vivimos. Y al mismo tiempo, quiere ayudarnos a descubrir la luz que hay en nuestro pueblo, y a sentir el amor maternal de nuestra Morenita del Tepeyac" (Carta de Aprobación del Proyecto. Prot. No. 46/18).

Reavivando la fe y la religiosidad del pueblo mexicano, no puede ser menospreciada en el caminar del país. Una prueba de su fuerza se pude palpar a nuestro alrededor en estos días: Las reliquias de San Judas, las visitas a los panteones, las danzas y peregrinaciones en honor de la Virgen de Guadalupe, impregnan el ambiente.

¡He aquí la fuerza capaz de enfrentar la situación que estamos viviendo! Ante la crisis de sentido de nuestra época, la religiosidad arraigada en nuestros corazones da unidad a todo lo que existe; el sentido religioso representa la hipótesis de realidad con la que cada ser humano pueda mirar el mundo en que vive; nos hace más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo. Esta síntesis de sentido, nos proyecta en una historiar común que funde las historias restableciendo la alta dignidad de nuestra vocación humana. La religiosidad está creciendo, superando el impacto manipulador de ideologías; ha ganado en profundidad y serenidad de comunión. El Proyecto Pastoral mencionado busca descubrir, organizar, despertar, promover y proteger este precioso tesoro con respeto y cariño, en sus diversas formas y sectores sociales que se presenta, replanteando esquemas de acción para afrontar con ella nuevos retos en el desarrollo armónico de nuestra comunidad.

La fuerza de la fe, testimoniada en las devociones populares (danzas, peregrinaciones, reliquias, altares), es capaz de rescatarnos de nuestra conciencia aislada, de hacernos salir a comunicar la vida verdadera, la felicidad y la esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar. Con ella las acciones que parecían irrealizables ahora son posibles: los espacios perdidos son rescatados por la misma comunidad, se toman calles, el tejido social se restablece, la comunicación es fluida, la organización y participación es voluntaria, voluntariosa, alegre, disponible, gratuita y generosa. En las danzas hay reunión, cooperación, reencuentros, organización, movimiento, disciplina, orden, respeto, formación y educación; las peregrinaciones son todo un fenómeno que reúne, organiza, embellece, grita, ora y canta; cada altar de los fieles difuntos no es sólo una creencia palpable en la resurrección sino también puede ser un reclamo a quienes nos los han quitado, una convicción de que siguen vivos, dejando desconcertados a quienes los habían asesinado. Las reliquias de San Judas nos invitan a compartir la comida gratuitamente, a buscar al más necesitado y ponerlo en el lugar de honor. A pedir con esperanza y agradecer el favor recibido.

A los desesperanzados ante la situación nacional, a los cansados por tanto luchar, a los desilusionados, he aquí una nueva luz, capaz de vencer las tinieblas: el tesoro escondido de la religiosidad es una poderosa arma para hacer progresar a nuestra patria.

La fuerza de la fe ha sido motivación en la independencia, inspiración en la Cristiada, tierra fértil en la Teología latinoamericana, elemento importante en el movimiento de dignificación de los pueblos originarios, hoy es factor de unión, de consuelo y de organización en favor de la vida, de la paz, de la justicia, y de la lucha contra la corrupción e impunidad. La vida de fe de quienes participan, es la expresión verdadera de un pueblo debe ser tomada en cuenta como elemento valioso en la reconstrucción nacional.

Ante la emergencia nacional, es tiempo de retomar esta dimensión social de la fe, como elemento formativo que fundamente y estructure la praxis liberadora de la Iglesia como sacramento de salvación; solo ella podrá ser capaz de discernir en la historia real la presencia salvífico-liberadora de Dios y formar una comunidad fiel, con una opción real al servicio de la vida, de la justicia y de la paz, en solidaridad real con los que sufren y son víctimas del sistema opresor, superando toda falsa e imposible pretensión de apoliticismo y neutralidad. Comunidad de esperanza, libre y liberadora, capaz de anunciar la salvación definitiva, estimulando el compromiso histórico.

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