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El planeta en sus límites

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Los organismos internacionales a través de los cuales se da la cooperación entre los países para diseñar e implementar la agenda global del desarrollo sostenible, están alertando a la población y los gobiernos sobre los riesgos y amenazas que devienen con las alteraciones y desequilibrios que estamos provocando en la naturaleza. Su mensaje se resume en esta frase: el planeta está en sus límites.

A nivel global se identifica al Cambio Climático como el más grave desequilibrio en la naturaleza, ya que el desajuste que ocurre en el sistema climático tendrá repercusiones en otros sistemas naturales y en la propia vida humana. Este factor que se expresa en el calentamiento de la tierra provocado por los gases de efecto invernadero (GEI) que agregamos a la atmósfera, dicen los expertos del Comité de las Partes convocados por la ONU, que si la temperatura alcanza dos grados habrá repercusiones con daños que en algunos casos podrían ser irreversibles.

En el Informe Planeta Vivo 2018, elaborado por World Wildlife Fund (WWF) desde hace dos décadas, señala que entre 1970 y 2014 han disminuido en un 60 por ciento las poblaciones de vida silvestre, siendo aquellas ubicadas en el trópico la más afectada, que en Centro y Sudamérica alcanza un 89 por ciento. Señalan que los beneficios económicos de los servicios que la naturaleza brinda en América tienen un valor de 26 mmd, pero que está disminuyendo en un 65 por ciento.

En ese mismo Informe de WWF señala que el Índice de Agua Dulce, aquella cuya disponibilidad es clave para una parte importante de los organismos vivos entre los que se incluye la especie humana, disminuyó un 83 por ciento desde 1970. Es notoria la presión antrópica sobre este recurso natural como se observa en México donde 105 de los 653 acuíferos y 108 de 757 cuencas de aguas superficiales se encuentran sobreexplotados.

La degradación del suelo afecta el 75 por ciento de los ecosistemas terrestres. Desde 1990 se han perdido 129 millones de hectáreas de bosques y selvas, principalmente en América Latina, África Occidental y algunos lugares de Asia, destacando Brasil que en 2017 aumentó la deforestación en un 28 por ciento, afectando a la Amazonia, el principal pulmón del planeta.

La lista puede continuar ininterrumpidamente y presentar datos más o menos drásticos en algunos países o lugares que en otros, pareciendo que los esfuerzos realizados a través convenios o acuerdos internacionales poco han contribuido a enfrentar y, sobre todo, revertir los procesos de deterioro ambiental. La gravedad del problema, y en ello centra la alerta de Naciones Unidas y algunos organismos como WWF, se expresa en que estamos rebasando los umbrales que marcan los sistemas naturales para mantener el equilibrio ecológico del cual depende la vida en el planeta y sin los cuales el desarrollo de la sociedad resulta insostenible en la época actual.

Si bien lo anterior parece un escenario apocalíptico, lo que hay que destacar que no se basa en predicciones bíblicas o de otras expresiones mítico-religiosas, sino en datos basados en hechos estudiados por la ciencia que están marcando tendencias indicativas de ese deterioro, y que este responde fundamentalmente a causas antrópicas, es provocado por la especie humana, la única racional y capaz de construir una cultura, cuyos valores en que se sustenta, lamentablemente, no tienen la suficiente fortaleza para frenar el daño que infringe a la naturaleza.

Algo que evidencia esta situación es la cada vez menor capacidad de los gobiernos y los dueños o usuarios de los recursos naturales de entender lo que sucede, incapacidad que se refleja en las políticas públicas o la ausencia de estas que enfrenten dichas tendencias para contenerlas y revertirlas, o los modos de producción que impactan los sistemas naturales, alterándolos. La globalización económica, que de hecho inicia hace tres centurias con el advenimiento del capitalismo, también ha globalizado este atentado contra la naturaleza.

Ante este escenario de rebasamiento de los umbrales naturales y de incapacidad de los tomadores de decisiones para acotar y revertir dichas tendencias, nos obliga a los ciudadanos a involucrarnos en todas las escalas posibles para incidir en esas decisiones, a hacer política ciudadana o a convertir lo que ahora se llama política pública en una verdadera política ciudadana. Esta es una opción que los organismos internacionales consideran no solo como viable, sino necesaria para sostener el equilibrio de los sistemas naturales.

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