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Vivir con miedo

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Quienes esperan cosechar las bondades de la libertad deben soportar la fatiga de defenderla".— Thomas Paine

Es difícil no abordar el tema y sustraernos de lo ocurrido el jueves en Culiacán, Sinaloa. Aquella tarde, repleto de trabajo como estaba, me fue casi imposible concentrarme en otra cosa que no fueran noticias y redes sociales. Supongo que al igual que miles de ciudadanos, desde un televisor vi arder a Culiacán. Porque sin exagerar eso aconteció: la metrópoli, presa del miedo colectivo, ardió en llamas.

Si hubiese sido el niño que fui hace treinta años, seguramente habría pensado que se trataba de eventos ocurridos en un país de Oriente Medio, quizá escenas de alguna película violenta. Pero ya no soy ese niño y mi país y el mundo como lo concebía dejó de ser el mismo. No es que sea mejor o peor, sencillamente es distinto, más cruel.

Aquel jueves, tras los sucesos de pánico, casi no pude dormir. Culiacán nos recuerda a Torreón, a la Comarca Lagunera en sus peores épocas. Sigo con la sangre helada, un poquito roto y con el corazón apachurrado. De chavo te enseñan que el bien siempre triunfa sobre el mal. Ya de adulto, casi a trancazos, aprendes que en ocasiones no es así.

En el transcurso de la vida he visto muchas cosas, sin embargo, y por fortuna creo que jamás llegará el día en que me acostumbre y resigne a habitar en un entorno violento. Menos aún, a llegarle este México a las generaciones venideras. Vaya fracaso al que estamos asistiendo, herencia maldita para los que llegarán.

Por violencia entiéndase cualquier cosa que vulnere nuestra tranquilidad y afecte el libre albedrío de los seres humanos, ya sea guerra entre cárteles, asalto a mano armada, robos a casahabitación, violaciones, vejaciones, agresiones verbales, violencia de género, el no respetar a grupos vulnerables, etcétera.

La violencia en México es similar a un fantasma, a una aparición, a presencias venidas del más allá. No siempre la vemos, pero sabemos que está, que no se ha ido del todo y volverá.

Sé que a cada uno, sin distingo, nos afectó de mil formas lo ocurrido en Sinaloa. Recordamos cuán indefensos y expuestos nos encontramos frente a la violencia en todas sus expresiones. Culiacán tocó fibras, pulsó botones, encendió alarmas, derribó mitos. También aterrizó egos, los de aquellos que creen que basta un simple cambio de Gobierno y narrativa para que los males del país terminen. Ojalá fuera así, pero no. Los fantasmas, de nueva cuenta, aparecieron. La realidad, despiadada, nos propinó un tremendo golpe.

Cada quien asiste al horror, procesa el dolor y sopesa la tragedia de distintas maneras. Será responsabilidad personal el desentrañar, sin pasiones, cómo demonios llegamos hasta aquí, al punto del México descompuesto que ya no permite improvisaciones de ninguna especie. Porque no es culpa entera de un presidente, Gobierno o partido. Va más allá: el modelo hace mucho se agotó y ha mostrado ser profundamente disfuncional. La responsabilidad es colectiva, los yerros y fracasos también.

A veces, en nuestra mezquindad y egoísmo, olvidamos que existen causas que pese a las diferencias, nos deben y tienen que unir. Erradicar la violencia debería ser una de ellas, pero aquí seguimos, peleando por tonterías y nimiedades, buscando a quién echarle la culpa, eludiendo el ponernos a hacer lo que a cada uno nos corresponde.

Trato, con todas mis fuerzas, de no perder la esperanza ni ser presa del miedo. Provengo de una escuela familiar y personal que me obliga a combatirlo, a vencerlo, a lidiar con él, pero también a saberme vulnerable para lograr un mejor entendimiento de quién soy y hacia dónde voy.

Soy capaz de enfrentar casi todo, en tanto me frustra y desespera el saber que cada vez que salgo a la calle estoy expuesto a ser asaltado, secuestrado, al horror mismo. Pienso en mi familia, amigos y también en millones de mexicanos en estado de indefensión absoluta. Así nos encontramos todos: con miedo y en busca de la tranquilidad perdida.

Cada mexicano concilia, a su manera, cómo no sucumbir y vivir sin miedo. Ha llegado la hora de sostener una conversación inteligente y sin apasionamientos, sobre lo que nos corresponde y tenemos que hacer, porque si lo dejamos en manos de terceros, poco o nada se resolverá.

Es posible atenuar la violencia si cada uno ejercemos a plenitud nuestros deberes y derechos, cumplimos con la ley y estamos dispuestos a ser verdaderamente honestos. Por honestidad entiéndase no contribuir, bajo ninguna circunstancia, a afectar la legalidad vigente ni tolerar actos que fomenten y profundicen la desigualdad, corrupción y la violencia. Basta de gritos, basta de culpas, basta de eludir que, en el fondo, somos corresponsables.

Te invito respetuosamente, querido lector, a hacer un alto en el camino y reflexionar, en serio, qué puedes hacer desde tu ámbito personal, familiar, laboral y colectivo para que ya no vivamos con miedo.

Porque ahorita, ahorita básicamente estamos fritos. Sumémosle, además, otro atenuante: vivir con miedo también es existir sin el recurso más preciado que tenemos los seres humanos. Se llama libertad.

Twitter @patoloquasto

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