Me habría gustado conocer a don Aurelio de la Peña y Peña. Nacido en el Potrero de Ábrego se estableció en Saltillo, y luego en la Ciudad de México, por razón de sus negocios.
Nunca perdió su traza de ranchero. En el Salón "Bach", cantina, un lechuguino hizo burla de su aspecto. Don Aurelio le calló la boca con una irrecusable bofetada. El sujeto lo retó a duelo y escogió el arma: pistola.
En el bosque de Chapultepec tuvo lugar el lance. El catrín hizo su disparo y no acertó. Don Aurelio apuntó el tiempo suficiente para que al tipo se le doblaran las piernas por el miedo y cayera de rodillas. Luego con su disparo le tumbó el sombrero de copa a uno de los padrinos del adversario, el que con mayor desdén lo había tratado.
Y es que era consumado tirador. Alguna vez, en el Potrero, derribó a un gavilán en vuelo, y en otra ocasión perforó con su bala una moneda a 30 pasos.
Me habría gustado conocer a don Aurelio de la Peña y Peña. Sabía disparar. Y sabía también que es mejor dispararle a un sombrero que a un hombre.
¡Hasta mañana!...