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La selva de espejos

JUAN VILLORO

Los espías llevan una vida de extrema discreción que solo se interrumpe con la muerte o el escándalo. De tanto en tanto, el mesurado Sir David Omand sorprende con las contundentes declaraciones que sólo puede hacer alguien acostumbrado a callar. Entrevistado por la BBC acerca de la cooperación de Gran Bretaña y Estados Unidos en temas de seguridad, dijo con la tranquilidad de quien desenvaina una espada: "Nosotros tenemos el cerebro; ellos tienen el dinero".

Sus credenciales para hablar de temas de espionaje son impecables. En 1996 fue nombrado director del Centro de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ, por su siglas en inglés), equivalente británico de la CIA o la KGB, y, en 2002, coordinador de Seguridad e Inteligencia del Gabinete.

Incluso en televisión, Omand argumenta en el tono sosegado de quien departe en un club de caballeros mientras bebe oporto. Ajeno a las precipitaciones, muestra un perfil de sólido conservadurismo. De manera previsible, criticó a Edward Snowden por haber robado más de 50 mil documentos secretos de la CIA, poniendo en riesgo delicadas operaciones contra el terrorismo. El hecho de que Snowden actuara de ese modo al darse cuenta de que la mayor parte de las investigaciones no estaban dirigidas a vigilar a presuntos enemigos de Estados Unidos, sino a personas comunes y corrientes, no le pareció meritorio. En la versión cinematográfica de Oliver Stone, Snowden aparece como un héroe de la libertad individual; para Omand, se trata de un traidor que puso en riesgo más vidas de las que pretendía salvar.

Los datos cambian de valor según quién se apodere de ellos. Entrenado por el Servicio Secreto de Su Majestad, Sir David es un experto en secretos; por eso mismo, sus críticas y sus ambivalencias adquieren mayor peso.

El antiguo jefe de la inteligencia británica respalda sin cortapisas la alianza con Estados Unidos del mismo modo en que respaldó a la compañía inglesa Vodafone cuando fue cuestionada en Alemania por grabar conversaciones de sus usuarios, entre ellos Angela Merkel (con hábil sentido de la estrategia, Omand aceptó una entrevista de televisión en una estación ferroviaria; cuando el asunto se volvió álgido, salió intempestivamente de cuadro para tomar un tren).

Pues bien, este ex agente de calculada discreción y probada lealtad a la política de seguridad británica acaba de declarar en forma explosiva al Times de Londres: "Facebook y Google saben más de ti que cualquier agencia de espionaje". Curiosamente, sus argumentos no son muy distintos a los que Snowden usó contra la CIA (la diferencia es que unos espías actúan en nombre del interés público y otros con fines privados): "En una democracia tienes derecho a saber qué clase de métodos se están usando para mantenernos a salvo. La gran revelación de los últimos años no ha tenido que ver con agencias de inteligencia gubernamentales, sino con el sector privado", afirma Omand, y recuerda que Cambridge Analytica usa datos de Facebook para influir en campañas políticas.

Las redes surgieron como un medio gratuito que se transformó en negocio. ¿Cómo conciliar el libre acceso con las ganancias? Convirtiendo los datos personales en moneda de cambio.

Esta nueva versión del pacto fáustico no concede la inmortalidad, sino un presente ilimitado. El usuario no paga con el alma; paga con algo muy parecido, los datos que serán utilizados para brindarle ofertas y alterar su conducta.

Sir David compara la situación con la leyenda del guitarrista de blues Robert Johnson, que encontró al diablo en un cruce de caminos y le ofreció su espíritu a cambio de convertirse en el mejor músico del mundo.

Defensor de la secrecía ejercida en nombre del bien público, Omand critica el uso privado del espionaje y lamenta que internet se haya vuelto más poderoso que la fuerza aérea. Posiblemente aceptaría esa vigilancia si fuera ejercida desde esferas gubernamentales. Lo decisivo es que, en su condición de profesional del ocultamiento, denuncia uno de los grandes peligros de la época: el valor comercial de la intimidad.

James Jesus Angleton, responsable de los servicios de contrainteligencia de la CIA durante la posguerra, célebre por sus accesos de paranoia, describió el espionaje como una "selva de espejos".

Esa dinámica se ha desplazado a las redes, según afirma Sir David Omand, especialista en espejos.

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