Columnas la Laguna

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

A la hora en que la noche es más oscura San Virila oyó un débil gañido afuera del convento. Dejó el lecho de tablas y descalzo para no turbar el sueño de sus hermanos fue por el largo corredor y abrió la puerta.

Ahí vio en el suelo un envoltorio. Lo levantó. El que se quejaba era un bebé recién nacido. Con él fue a la cocina San Virila, calentó un poco de leche y mojando en ella su meñique lo dio a la criatura, que dejó de llorar y chupó con avidez el dedo. Luego el frailecito se sentó en una silla con el bebé en los brazos. Ahí, dormidos, los encontraron los monjes al amanecer.

Ninguno pensó mal de San Virila. Era imposible pensar mal de él. Pero uno preguntó:

-¿Cómo vino este niño a dar aquí?

-No sé -respondió el santo-. Pero debemos cuidarlo y rezar mucho por su madre.

San Virila se hizo cargo del pequeño. La primera palabra que pronunció el bebé se la dijo a él. Esa primera palabra fue "mamá". San Virila, que hacía milagros como hacer pan, sonrió al oír aquello y exclamó:

-¡Qué gran milagro!

¡Hasta mañana!...

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