Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Babalucas, el tonto mayor de la comarca, le hizo una severa reclamación a su novia: "Me dicen que te han visto salir con todos mis amigos". "No seas tontito, mi amor! -lo tranquiliza la chica-. Mira: contigo voy al cine, al teatro, al antro, al paseo, a todas partes. Con ellos al único lado que voy es al Motel Kamawa"... Una guapa mujer llegó al consultorio del doctor Duerf, eminente psiquiatra. Iba completamente nuda, es decir, sin nada de ropa encima. "¡Ayúdeme por favor, doctor! -le suplicó llena de angustia-. ¡Tengo un grave complejo de inferioridad! ¡Siento que todo el mundo se me queda viendo!". Solían decir los juristas romanos: "Pessima tempora plurimae leges". Eso significa algo así como: "Cuando los tiempos son peores es cuando más leyes se hacen". Dicho de otra manera: mientras peores son los tiempos que se viven más leyes se dictan para hacerles frente. Yo tengo la impresión de que en México hay demasiadas leyes, y una abundancia aún mayor de reglamentos. Con ellos se topa el infeliz mortal que quiere invertir en un negocio. Por pequeño que sea el empresario se ve de inmediato metido en un laberinto de inacabables trámites; debe cumplir mil requisitos, pedir 2 mil permisos, allanar 3 mil dificultades y -lo peor, todavía aunque se niegue- dar 4 mil moches, que es otro nombre que recibe la mordida. La legislación mexicana parece estar hecha con el deliberado propósito de impedir la creación de nuevas fuentes de trabajo. El empresario o inversionista es considerado enemigo del pueblo; se le limita con toda suerte de restricciones, se le imponen estorbos que a cualquiera desaniman. Abrir un negocio toma en Estados Unidos tres horas; aquí en ocasiones pasan meses y las oficinas burocráticas ni siquiera han acusado recibo todavía de las solicitudes presentadas. Los trámites que deben hacerse ante la burocracia son complicados, y llegan a extremos en verdad kafkianos. No podemos aspirar a ser verdaderamente un "milagro económico" si la relación entre los ciudadanos y el Gobierno sigue sujeta a la misma estructura burocrática que los españoles nos trajeron hace cinco siglos (más o menos). Para agrandar un poco el menguado presupuesto familiar aquel pobre sujeto se presentaba los fines de semana como luchador enmascarado con el nombre de El Dragón Rojo. Un día lo contrataron para enfrentarse a El Espanto Negro, terrible luchador, rudo también e igualmente enmascarado. La lucha sería máscara contra máscara: el que perdiera se deberían quitar la suya y dar a conocer su identidad en público. Tras de luchar cerca de tres horas El Dragón Rojo logró por fin vencer a su adversario. Sangrando, con dos costillas rotas, cubierto todo el cuerpo de violáceos moretones, reunió sus últimos arrestos y en un supremo esfuerzo logró poner la espalda de su rival contra la lona hasta que el árbitro hizo el conteo final. Cuando El Espanto Negro, conforme a lo acordado se quitó la máscara El Dragón Rojo vio el rostro de su feroz enemigo y exclamó con asombro: "¿Usted, suegra?". Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, le comentó a una amiga: "Mañana me caso". "¡Felicidades! -respondió la amiga. ¡Por primera vez vas a dormir con un marido propio!". Un tipo le dijo a otro: "Mi esposa me abandonó". Propuso el otro: "Vamos a tu casa a ahogar tus penas en vino". Dijo el tipo: "No tengo". "¿No tienes vino?". "No. No tengo pena". Un invidente pedía limosna en la puerta de la iglesia. Llegó una viejecita, y el hombre le dijo con doliente voz: "¡Una limosnita para este pobre ciego que no puede disfrutar el don más grande de la vida!". "¡Pobrecito! -se condolió la anciana-. ¿A qué edad lo castraron?". FIN.

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