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Un Premio Nobel 400 años muy tarde

EMILIO LEZAMA

En 2014, 21st Century Fox estrenó la serie "Cosmos", conducida por el astrofísico Neil deGrasse. La serie buscaba explicar lo que sabemos sobre el universo, sin embargo, un elemento en el primer capítulo generó una reacción inmediata: miembros de grupos religiosos denunciaron que la serie era una afrenta contra ellos. Unos días después, científicos anglosajones se unieron a la crítica diciendo que un elemento de la serie tampoco los representaba. ¿Qué pudo haber unido a dos grupos tan distintos en su contra? ¿un político? ¿un artista controversial? Ninguna de las dos. Lo que los unió fue un filósofo. ¿Un filósofo contemporáneo? Tampoco. Un filósofo del Siglo XVI llamado Giordano Bruno.

Giordano Bruno lanzó cuestionamientos tan trascendentales que muchos apenas empiezan a resolverse y otros, queda claro, siguen causando molestia. Bruno criticó la mezcla entre iglesias y poder y propuso que el pensamiento fuera la razón de ser del gobierno; cuestionó la pedantería de académicos y planteó una teoría del átomo. Aún así, quizás su aportación más conocida es la de haber cuestionado el modelo del universo de su época. Copérnico declaró que el sol y no la tierra es el centro del universo, pero Bruno fue mucho más allá: afirmó que el universo es infinito y por lo tanto sin centro, afirmó que las estrellas no eran ángeles sino soles como el nuestro y que alrededor de esos soles giran infinitos mundos e infinita vida.

El universo de Bruno no admite al Dios cristiano, para Bruno el universo mismo es Dios y por lo tanto cada parte de él una esencia divina. "Dios está dentro de nosotros más de lo que nosotros estamos dentro de nosotros mismos" declaró convencido de que un Dios infinito solo hubiera podido crear un universo igual. "Hay innumerables cuerpos como nuestra Tierra y otras tierras, nuestro Sol y otros soles, todos los cuales giran dentro de este espacio infinito. " declaró en 1584. Las implicaciones de las teorías de Bruno resultaron devastadoras para la iglesia. La Santa Inquisición lo persiguió y lo encerró durante 9 años en una celda. A finales de 1599 Bruno fue dado una última oportunidad para retractarse. No lo hizo y fue quemado vivo una mañana del 1600.

A la iglesia no le gusta Bruno porque las ideas del filósofo destruyen lo más intrínseco de su creencia, pero también porque les recuerda lo intolerantes y violentos que han sido. La crítica de la ciencia es mucho más pueril; acusan a Bruno de no usar métodos científicos para llegar a sus ideas. La acusación es ridícula: en la época de Bruno el telescopio aún no había sido inventado, y aunque lo hubiera sido no le hubiera servido de mucho para sus ideas. Además, la ciencia no existía separada de la filosofía, pensadores contemporáneos y posteriores como Copérnico, Galileo y Newton creían fuertemente en supersticiones y en sus conjeturas no científicas de la misma manera que en sus teorías.

Hay muchas formas de pensar; el hecho de que Bruno no usará el método científico no vuelve menos valioso y valiente su pensamiento y sus teorías. Más bien, las preconcepciones sobre Giordano Bruno vienen de dos factores; el primero es la incomodidad de un pensamiento tan radical y avanzado y lo segundo es que la gran mayoría de los que lo critican jamás han leído un libro escrito por él. Las dos obras en las que explica su pensamiento de forma más completa siguen sin traducirse a otro idioma que no sea el italiano. A la academia científica contemporánea le queda mejor el academicismo calculador de Galileo y Kepler, que la grandilocuencia de la revolución bruniana.

Hace unos días la Real Academia de las Ciencias de Suecia le otorgó el Premio Nobel de Física a Michel Mayor, Didier Queloz y James Peebles por haber confirmado lo que un filósofo italiano afirmó hace más de 400 años: La existencia de planetas fuera del sistema solar. Durante su vida Bruno fue perseguido por calvinistas, luteranos, católicos, académicos, "científicos" y pensadores. Después de su muerte sigue siendo odiado y descalificado. El Nobel de este año le da una victoria tardía al pensamiento de Bruno. Le tomó a la humanidad 419 años reconocer que sus teorías eran válidas. Una constatación más de cómo cada época cree fervientemente en sus verdades temporales, descalifica el pensamiento que no concuerde con su entendimiento mínimo del mundo y lo castiga. Las hogueras ya no arden con fuego y leña en occidente, pero en su forma simbólica siguen existiendo en muchas otras formas y quizás más que nunca.

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Escrito en: Editorial Emilio Lezama

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