Soy sadomasoquista, travestista, exhibicionista,
voyeurista y onanista”. Eso le informó el tipo
que pedía empleo al jefe de personal. Y añadió:
“No creo que todo eso quepa en el rengloncito de la
solicitud donde dice ‘Sexo’”. Babalucas se compró
un par de guantes. “¿En qué mano va éste?” -le preguntó
al dependiente. Sonrió el hombre: “En la derecha,
claro”. Volvió a preguntar Babalucas: “¿Y este
otro?”. Noche de bodas. El recién casado evocó ante
su mujercita: “¿Recuerdas, mi cielo, el día que nos
conocimos? Estábamos en una fiesta, y había tanta
gente que no encontrabas silla. Yo te cedí mi asiento”.
Respondió ella, emocionada: “Lo recuerdo muy
bien, mi amor”. “Bueno -completó él-. Ahora te toca
a ti”. Al salir de la oficina el empleado invitó a su
compañero: “Vamos a tomar unas copas. Yo pago”.
“Hoy no puedo -declinó el otro-. Mi vecino tuvo un
problema con su esposa y se puso en huelga de amor.
No le da sexo. Esta noche voy de esquirol”. El hombre
y la mujer estaban en el sillón de la sala besándose
y acariciándose apasionadamente. De pronto la
mujer suspendió los arrumacos y le preguntó al sujeto:
“¿Alguna vez has vendido servicios funerales a
futuro?”. Respondió el tipo, desconcertado: “Nunca”.
“Pues empieza ahora -le sugirió la mujer-. Ahí viene
mi marido”. El príncipe era tan feo que la Cenicienta,
en vez de salir corriendo a las 12 de la noche,
escapó a las 7 y media de la tarde. Al terminar la misa
el padre Arsilio les comunicó a sus feligreses: “Estoy
juntando dinero para comprar una imagen de
Santiago Apóstol que me cuesta 3 mil pesos. En este
pueblo hay un adúltero. Si en la misa del próximo domingo
no deposita esa cantidad en el cepo de la limosna
diré quién es y con quién está engañando a
su mujer”. Dos domingos después el buen sacerdote
habló a la feligresía: “Les tengo dos noticias: una
mala y una buena. La mala es que este pueblo está
lleno de adúlteros, de cornudos y de esposas infieles.
La buena es que el domingo pasado junté para comprar
las imágenes de los 12 apóstoles, los cuatro
evangelistas y los 26 mártires de la Cristiada”. El
vendedor puerta por puerta le comentó a un amigo:
“La pérdida de empleos me ha perjudicado mucho.
Ahora más maridos están en su casa”. Un tipo le comentó
a otro: “Camelina ya no es mi novia”. “Me alegra
saberlo -dijo el otro-. La verdad es que nunca me
expliqué por qué andabas con ella, si además de ser
tremendamente fea y antipática es la mujer más liviana
del pueblo. Se ha acostado con todos los hombres
en edad de ejercer. Qué bueno que ya no es tu
novia”. “No -completó, mohíno, el tipo-. Ahora es mi
esposa”. La señorita Peripalda, catequista, le confió
a una amiga que un hombre la había invitado a ir
con él a su departamento. La amiga preguntó: “¿Y
vas a ir?”. “Todavía no sé -respondió la señorita Peripalda-.
Antes debo decidir si esa invitación es una
tentación del demonio o la respuesta del Señor a mis
oraciones”. Doña Macalota le dijo a su esposo don
Chinguetas: “La vecina del 14 me contó que su marido
le hace el amor todas las noches. ¿Por qué no haces
tú lo mismo?”. Replicó don Chinguetas: “No creo
que eso le gustaría al vecino”. El hombre prehistórico
trataba de convencer a la mujer: “Hagámoslo esta
noche, Trogla. Ahora que inventaron el hacha de
piedra el mundo se puede acabar el día menos pensado”.
Ella pasó por él en su automóvil. Tan pronto
subió al coche él se precipitó sobre ella y la llenó de
ardientes besos y caricias de elevado contenido erótico.
“Espera” -le pidió ella. Preguntó él: “¿A que lleguemos
al motel?”. “No -respondió ella-. A que se bajen
mis papás”. FIN.