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López Obrador, los anarquistas y la familia Disney

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

Parecía que se estaba burlando. La respuesta del presidente de acusar a los anarquistas con sus mamás, papás y abuelos fue un pitorreo, patético en el contexto en que se dio, pero más patético es que los medios no hayan pedido seriedad en la respuesta a un tema de seguridad. El presidente festeja en otra mañanera que entre las escenas que vimos en la marcha del 2 de octubre unos "ancianos respetables", así los llamó él, del cinturón de paz convencieron a jóvenes anarquistas de no seguir pintarrajeando el escudo de un policía. No dice que hay otra imagen donde los anarquistas pintan con espray rojo a otros miembros de los cinturones de paz.

Más allá del pitorreo del presidente y de las redes el problema de fondo es la concepción idílica que López Obrador tiene de las familias mexicanas. Sigue pensando que los sicarios, los chavos de las pandillas, los anarquistas regresan a su casa en la noche y se sientan a cenar con el papás, la mamá, los abuelos a platicar a quién mataron hoy, a quién extorsionaron, qué droga consiguieron, a quién se la vendieron, o qué vidrieras rompieron en protesta por qué causas y acto seguido la abuela, que por supuesto que es idéntica a la de la película Coco, sacará la chancla voladora y corregirá al joven mal portado. Más disparatado aún es comparar y meter en el mismo saco al delincuente común y a los anarquistas que, si bien podemos no estar de acuerdo con ellos e incluso condenar sus métodos, ejercen una violencia política que nada tiene que ver con la delincuencia cotidiana. Para los anarquistas López Obrador es tan parte del sistema como Fox, Peña o Calderón y eso, dicho en sus propias palabras, eso arde.

Desgraciadamente para Andrés Manuel y su visión de país esa familia Disney día a día está dejando de existir. Uno de cada tres hogares hoy en México es monoparental, lo encabezan jefas de familia, madres que trabajan y cargan con todo el peso del hogar o padres solteros. Pero no solamente. Uno de cada diez hogares ya no responde a la lógica de familia, es decir, quienes viven en él no están vinculados por razones familiares. Es cierto que muchos de los problemas podrían solucionarse en familia, pero más lo es que en muchos casos el origen de la violencia es la familia: niños abusados, violentados y maltratados por padres, tíos, abuelos.

Obviar los problemas y solo ver lo conveniente; festejar como un triunfo los cinturones de paz sin hablar de los 14 heridos (ninguno grave, por suerte); pensar que el objetivo del gobierno es que no lo tachen de represor y no que su obligación es asegurar el derecho de manifestación a todos los ciudadanos y proteger el patrimonio público y privada; apelar a la familia idílica y no entender que gran parte de los problemas sociales comienzan en la violencia intrafamiliar, acusa una segmentación de la realidad, común en todos los que ejercen el poder, pero no por ello menos preocupante.

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