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Enrique: perdidos en Nueva York

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"La verdadera locura aparece cuando cesa la comedia social".— Frédéric Beigdeber

Trunca la transición, extraviada toda posibilidad de grandeza y el paso de su nombre a la historia, se culpa a Vicente Fox por haber demeritado la investidura al grado de representar un esbozo de caricatura que busca, sin éxito, descarrilar todo lo que haga o diga López Obrador.

Mientras Felipe Calderón polariza y genera odios o aplausos según sea el caso, Fox era, por lo menos hasta ahora, el único ex presidente que proveía a la picaresca nacional de una necesaria dosis de comicidad y humor involuntario en tiempos complicados.

Y escribo, era, porque ahora, desde que las mieles del amor y la insoportable ociosidad del ya no ser, le robaron cualquier viso de sensatez -si es que alguna vez la tuvo- Enrique Peña Nieto parece estar haciendo todo lo humanamente posible para dilapidar los remanentes del capital político que le queda.

La más reciente imagen que circula en redes, cortesía del periodista Nacho Lozano, es al mismo tiempo demoledora, fantástica, cómica, triste y lastimosa, resumen de un sexenio que comenzó por todo lo alto y terminó pareciéndose al desenlace de cualquier comedia de situación. Pero también, la foto pone de manifiesto que nuestra clase política es, ante todo, surrealista y capaz de ir a extremos insospechados para salirse con la suya. Si Leonardo DiCaprio estuvo magistral en Atrápame Si Puedes, don Enrique hilvana ocurrencias como queriéndole decir al histrión: quítate que ahí te voy, yo salí más creativo que Spielberg.

En el fondo, Andrés Manuel López Obrador debe estar agradecido y con ganas de darle un fuerte abrazo a su antecesor. Cada que se avizora un escándalo o las cosas se complican, Peña Nieto reaparece en algún lugar del mundo y nos regala la nota, chascarrillo o escándalo de la semana. Como distractor, el ex presidente cumple espléndidamente con su encomienda y merece nuestro más amplio reconocimiento.

Por eso afirmo que Fox ha dejado de ser el único encargado de aventarse el chistorete mañanero o la declaración lacrimógena de la semana. Sin quererlo, México cuenta ya con dos cómicos involuntarios.

Mientras a sus colaboradores se les persigue o están en la cárcel, nada parece turbar a Peña Nieto, eterno protagonista de la prensa del corazón y hoy afanoso viajero que si sigue como va, en poco tiempo le habrá dado la vuelta al mundo, acumulando un gran número de puntos de lealtad en aerolíneas de prestigio.

Intentando pasar desapercibidos, esta semana Peña Nieto y su novia, la modelo Tania Ruiz, aparecen en la mesa de un restaurante japonés. Están en Nueva York. Todo bien hasta ahí, con la salvedad de que van disfrazados: él lleva una peluca rubia y gorra, ella, guapísima, bien podría ser la última sobreviviente del festival de Woodstock. La hermana perdida de Mía Farrow cuando filmó el Bebé de Rosemary, quizás.

Fellini, Antonioni, Buñuel, Dalí, ni a los cuatro juntos, en un convivio aderezado por ácido y hongos alucinógenos, se les hubiera ocurrido algo así. En el Nueva York donde todo pasa, poco sorprende y la jungla urbana está compuesta por los más disímbolos personajes, imagino las caras de los comensales al advertir de reojo a la pareja más llamativa y psicodélica del restaurante.

También sueño pensando en la expresión que pondrían si se enteraran que en algún instante no muy lejano en tiempo y espacio, él fue el poderosísimo Señor Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Sí, el sujeto que se rasca la cabeza porque no aguanta la comezón que le provoca la peluca güera que trae debajo de la gorra, hace meses tenía la capacidad de decidir el destino, vida, obra y milagros de ciento veinte millones de mexicanos.

Elevemos al cielo una plegaria y pidamos lo imposible, querido lector: tener a la mano a lo que fueron y representaban Woody Allen y Diane Keaton en los años setenta. Sí, a la Keaton versátil y dueña de una capacidad histriónica sin parangón, en Annie Hall, Manhattan e Interiores; al esplendor y genialidad de Allen en su época más creativa y prolífica como actor, director y guionista. Los quiero y necesito ahí, pero también preciso de su vis cómica cuando, ya en la década de los noventa, filmaron Manhattan Murder Mistery al lado de Anjelica Huston y Alan Alda.

A ambos, a Keaton y Allen, platiquémosle la tragedia y la comedia que es México, y contémosle que el tipo de la gorra y la peluca, tan bien acompañado en el restaurante de sushi, además de ser nuestro Don Juan Tenorio de Atlacomulco, también fue presidente de México.

Y entonces, dejemos que la genialidad de Allen y Keaton aflore y comiencen a escribir y filmar una película. Otra de las muchas que transcurren en aquél Manhattan de Woody Allen y donde los protagonistas son una atribulada pareja de mexicanos con un pasado único y singular, por decir lo menos.

Sería una gran historia, de esas que terminan sacando muchos premios.

Twitter @patoloquasto

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