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El silencio paga

JUAN VILLORO

El vendedor de silencio, de Enrique Serna, describe la ascensión y caída del periodista más poderoso del siglo XX mexicano, Carlos Denegri, que no conoció mejor recompensa que la impunidad ni mayor moneda de cambio que el secreto.

Experto en urdir tramas con ácido humor negro, Serna ha abordado la corrupción del país en sus más diversas vertientes: la época de Santa Anna (El seductor de la patria), la farándula (Señorita México), el ambiente intelectual (El miedo a los animales), el travestismo político y sexual (La doble vida de Jesús). Llega el turno a la relación del periodismo con el poder.

Habrá quien lea El vendedor de silencio por morbo o quien lo rechace por exponer arrebatos de machismo y sevicia difíciles de metabolizar. Se necesita estómago para revisar el albañal en que se revolcaron los sexenios de Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz.

La prosa de Serna es adictiva, en los momentos más soeces despliega un humor sarcástico y la trama depende del más sofisticado recurso de la intriga: la cizaña. En ocasiones se requiere de enorme inteligencia para hacer el mal y Serna encontró en Denegri a un villano a su medida. Al asumir el punto de vista del cronista de Miscelánea Dominical, demuestra que ciertas escenas no se escriben con tinta sino con lodo. Misógino empedernido, Denegri se volvía psicópata al tercer whisky y protagonizaba escenas de inaudita prepotencia. Se enteró de la muerte de su padre mientras practicaba la charrería y recorrió a caballo las principales avenidas de la ciudad; con la afrentosa desfachatez con que disparaba en los centros nocturnos, sólo desmontó dentro del hospital.

Denegri hablaba alemán, inglés y francés; tenía un infalible olfato noticioso, una incombustible energía y habilidad para utilizar los registros de la adulación, la crítica artera, el guiño oportunista y las insinuaciones para los entendidos. Capaz de entrevistar con solvencia a André Malraux o al Secretario de ONU, escribía vibrantes partes de guerra y conseguía exclusivas gracias a sus múltiples contactos. Pero lo que publicaba era menos importante que lo que callaba para extorsionar a los poderosos. De acuerdo con Serna, en sus inicios arriesgó la vida para desenmascarar los crímenes del cacique poblano Maximino Ávila Camacho, pero entendió que la libertad de expresión depende de los anunciantes y decidió que patrocinaran su silencio.

La narración de Serna es tan convincente que resulta imposible saber hasta qué punto se aparta de la realidad. El libro reconstruye una época con insólito detalle, del menú de un restaurante a la cotización de las acciones en la Bolsa, pasando por el vestuario de las mujeres y el repertorio de los cantantes. La verosimilitud de cada escenario, ya se trate de un infecto tugurio, una caballeriza, una sala de redacción o un cabaret de lujo, impide dudar de las excesivas anécdotas que cuenta. Denegri será recordado como Serna lo concibió.

La novela trata de una singular vida echada a perder, pero también de una sociedad que convirtió el soborno en principio de supervivencia y encumbró a quienes se sirvieron de esa oscura economía. Para criticar los vicios, el novelista expone sin tapujos los retorcidos placeres que provocan. En tiempos de corrección política, muy pocos se arriesgan a sumirse en los defectos humanos. El vendedor de silencio descifra con valentía la degradación moral y revela que el ilusorio Jardín de las Delicias es la antesala del Infierno.

Contrafigura de Carlos Denegri, Julio Scherer García aparece en la trama como la otra cara del periodismo. El Excélsior conservador y vendido al gobierno que dirigió Rodrigo de Llano se transformaría de 1968 a 1976, en manos de Scherer, en uno de los diez mejores periódicos del mundo. Ya no había sitio para Denegri en ese medio. Aunque el atrevimiento de buscar la verdad sería castigado por el presidente Echeverría, ese ejemplo transformó al periodismo mexicano.

Cuando Víctor Hugo hizo que el protagonista de Los Miserables recorriera las cloacas de París, señaló que los bajos fondos tienen el valor de un autor cínico: no esconden nada. Enrique Serna se ha propuesto una tarea similar en El vendedor de silencio: denuncia los desperdicios de una vida y un país. En forma asombrosa, con esas inmundicias logra una irresistible forma del arte.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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