Cortesía
Publicado por Fernando Martínez Sánchez titulado, La Morelos y don Nazario.
El poeta, cuentista y periodista Fernando Martínez Sánchez es el director de la Casa de la Cultura de Torreón y una de las personalidades más activas de la cultura lagunera.
Ver nacer una ciudad resulta edificante. Una ciudad que se va formando palmo a palmo, esquina por esquina, baldosa por baldosa. Surgen los negocios, los edificios, los paseos, los bulevares, las alamedas; surgen de la nada, de la imaginación de la gente.
En 1927, Torreón era una ciudad polvosa, mucho más que ahora; rodeada de cerros, mezquites y un desierto con olor a gobernadora. Hagan de cuenta una ciudad del Far West con calles sin pavimentar, cantinas a montón, carros de mulas, barandales en las calles para amarrar los caballos mientras los jinetes se toman la copa o realizan sus compras.
Antes de don Nazario Ortiz Garza, Torreón era larga y angosta, con avenidas incansables y calles de unas pocas cuadras, ceñidas por los tajos que limitaban su crecimiento. Como en todos los pueblos y ciudades, sus arterias principales llevaban los nombres de Hidalgo, Juárez y Morelos, pero la ciudad no comenzó a serlo sino hasta el arribo de don Nazario a la presidencia municipal.
Antes de eso, pobre ciudad sembrada de vías de ferrocarril al norte y al sur y, por dentro, cruzada por un trenecito que fue primero de mulas y después eléctrico. Cuando llovía, me platicaba mi abuela, las calles se volvían un enorme lodazal. Era urgente que pavimentaran; Torreón ya era mayor de edad: tenia veinte años como ciudad, consulados de cuando menos cinco naciones, una poderosa agricultura fincada en el cultivo del algodonero, y una industria que ya contaba en las estadísticas de la nación.
Ciudad polvosa, sin pavimentar, de calles largas, muy largas, como la Avenida Hidalgo. Por allí entraron las fuerzas villistas persiguiendo a los federales, hasta que los echaron y se fueron por el lado de la metalúrgica. Salieron por el Cañón del Huarache... pero esa es otra historia.
Lo que quiero contar es la historia de El Pensador, el de la fuente que está en la Alameda Zaragoza desde hace 63 años. Muchas veces, de niño, subí por la explanada que conducía al pie de la estatua y desde abajo, desde mi niñez asombrada, traté de escudriñar la mirada del Pensador, sus ojos sin tiempo.
Cuando yo pregunté quién era aquel hombre que miraba siempre hacia abajo, con la barbilla apoyada en el puño derecho, me dijeron que era El Pensador de Rodín. Muchos años después descubrí la verdad: es la reproducción de la estatua de Lorenzo El Magnífico, esculpido por Miguel Ángel para la tumba de los Médicos.
...Pero en 1927 la ciudad terminaba en la Alameda Zaragoza. No había bulevar Morelos y las calles no eran más que la continuación del arroyo los días de lluvias, y después lodosas avenidas por las que circulaban los primeros fortingos y los acompasados tranvías. El bulevar Morelos fue la obra con la que Ortiz Garza culminó su gestión como presidente municipal, fue inaugurado a finales de 1928.
Don Nazario, que nació en Saltillo, siempre ha tenido especial afecto por Torreón. Bien puede decirse que fue el fundador de la era moderna en una ciudad cuyo nombre había resonado en todo el mundo con estrépito de cañonazo según reza el poema...
...Para el momento en que vino a Torreón el General Calles, el Señor Ortiz Garza había logrado inaugurar el bulevar Morelos y, un año antes, la calzada Colón; los torreonenses comenzaron a frecuentar esos paseos, admirados de que en cuatro años aquel piélago de polvo se hubiera transformado en una ciudad coqueta con hermosos edificios, hoteles elegantes, bancos, un "sporting club", periódicos en inglés y en chino y media docena de consulados.
