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Escalera sucia

DENISE DRESSER

Ah, qué tiempos aquellos cuando Andrés Manuel López Obrador prometió barrer las escaleras de arriba para abajo. Cuando afirmó que si el presidente era honesto, sus colaboradores también lo serían. Cuando dijo que el ejemplo sería suficiente para erradicar la corrupción acendrada y acabar con la protección garantizada. Aunque el argumento era voluntarista, resultaba esperanzador ver a alguien que arribaba al poder con la intención de combatir sus abusos. Nadie por encima de la ley, repitió y sigue repitiendo. Lástima que la promesa ya no resulte creíble. Acabó arrumbada en la covacha, debajo de la escalones sucios que AMLO decidió no barrer; los escalones enlodados que decidió no limpiar. En un peldaño está parado Manuel Bartlett y en el otro Ricardo Salinas Pliego.

Ambos denunciados, ambos acusados, ambos arropados por un residente que afirmaba ser distinto pero cuando de proteger a los suyos se trata, parece tan panista y tan priista como quienes le precedieron. Incluso recurre a las mismas tesis que usaron para defender a colaboradores cuestionables. "Es de toda mi confianza"; "Es un ataque político de nuestros adversarios"; "No está probado"; "Todo es una suposición"; "La prensa miente". Hemos escuchado estas exoneraciones a priori y estos pretextos políticos decenas de veces. Son los mismos argumentos que Vicente Fox usó para defender a Marta Sahagún; que Felipe Calderón usó para defender a Juan Camilo Mouriño; que Enrique Peña Nieto usó para defender a Javier Duarte. Son las posturas que el lopezobradorismo eliminaría para lograr la transformación de un país saboteado por quienes han hecho negocios privados con bienes públicos.

Pero el manto protector extendido a Bartlett y Salinas Pliego mina la credibilidad de un presidente y de un Gobierno comprometidos con hacer las cosas de manera distinta. Las están haciendo exactamente igual: pasando por encima de la mugre en los escalones de la 4T y sugiriendo que no está enlodada por errores cometidos sino por complots orquestados. Ignorando que Bartlett tiene 25 propiedades valuadas en 800 millones de pesos y que comenzó a ponerlas a nombre de su pareja cuando se volvió senador lopezobradorista en el PT. Desentendiéndose de un hecho irrefutable e ilegal: Bartlett mintió en su declaración patrimonial. Hechos que ameritan una investigación para verificar la correspondencia entre el sueldo percibido y la riqueza acumulada; entre lo que Bartlett aseguró tener y lo que posiblemente esconde. Pero en lugar de eso, vemos a Irma Eréndira Sandoval evadir, ofuscar, archivar. La "implacable" secretaria de la Función Pública resultó serlo selectivamente porque el presidente así lo ordenó. Virgilio Andrade "investigó" la Casa Blanca; ella ni siquiera simulará hacerlo, porque cree que su trabajo es servir al Presidente, no a la ciudadanía. Piensa que su papel es ser porrista del Gobierno, no defensora del interés público.

Algo similar sucede con Salinas Pliego, escudado por AMLO y resguardado por quienes deberían escudriñarlo. El aliado al que se le otorgaron por adjudicación directa las Tarjetas del Bienestar y el contrato de seguros de accidentes para funcionarios y policías en la CDMX más caro desde 2013; el miembro del Consejo Asesor Empresarial que refuerza los lazos entre el poder político y el poder económico; el ganador de la licitación -junto con Carlos Slim- para proveer internet a instituciones públicas. Exhibido como beneficiario de la compra fraudulenta de Fertinal por The Wall Street Journal y la revista Proceso. Y a pesar de un historial plagado de transacciones cuestionables, López Obrador decide cubrirle las espaldas a su cuate. En el nuevo gobierno perdurarán los viejos intocables, solo que se volverán más ricos. Según el Índice de Billonarios de Bloomberg, el dueño de TV Azteca ha duplicado su fortuna desde la elección.

Vaya manera de "separar el poder político del poder económico". Vaya forma de combatir la corrupción y la impunidad. La inacción ante Bartlett y Salinas Pliego demuestra que López Obrador lo hará selectiva y discrecionalmente. Eso ocurre cuando la limpieza de la escalera de todos queda en manos de un Presidente y no de un andamiaje institucional; eso pasa cuando un presidente opta por no usar la escoba y esconde el recogedor. La escalera permanece sucia y quienes decidieron dejarla así acaban moralmente derrotados.

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