Me habría gustado conocer a Francisco Solano, llamado por algunos historiadores "El juglar de Dios".
Misionero, en él residía el espíritu poético de San Francisco. Renegrido por el sol del trópico, extenuado por las vigilias, el hambre y las enfermedades de la selva, iba por el Guairá buscando a los habitantes de aquella verde inmensidad. Para atraerlos tocaba su violín, y cuando llegaban a él abría los brazos en cruz como saludo fraternal. La piadosa leyenda dice que su música convertía a los indígenas y les abría los ojos a la fe, y que en sus brazos abiertos se posaban las aves y cantaban, para regalarle ellas también su música.
Me habría gustado conocer a Francisco Solano. Llevó el mismo nombre del Poverello, y llevó también, en su violín, su mismo amor.
¡Hasta mañana!...