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La responsabilidad del Gobierno de Nicolás Maduro

JOSÉ MELÉNDEZ

La decisión de un puñado de disidentes de las disueltas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) de volver a levantarse en armas en su país es un golpe directo al accidentado proceso colombiano de pacificación, sepulta la esperanza de paz completa con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y aleja la vía de arreglo político en la profunda crisis en el refugio de ambas guerrillas comunistas: Venezuela.

Más allá del impacto bélico del anuncio, que surgió ayer en la madrugada y sacudió a Colombia, la acción significó un nuevo sobresalto en una ruta de paz que, ejecutada a partir de diciembre de 2016, avanza o retrocede con altibajos y traspiés, y puso fin a más de 52 años de que las FARC iniciaron el conflicto armado, pero la reapertura de un flanco militar en esa nación permitiría al presidente venezolano, Nicolás Maduro, reactivarle un incendio político interno al gobernante colombiano, Iván Duque, su vecino incómodo y principal enemigo externo con el Gobierno de Estados Unidos.

En este contexto, ¿qué supo de antemano Cuba, que desde la década de 1960 apoya a las guerrillas comunistas colombianas y de 2012 a 2016 albergó las pláticas de paz entre las FARC y el anterior gobierno de Colombia, de que desertores de ese desaparecido movimiento subversivo querían reinsertarse a la ruta bélica por estar desencantados con la pacificación?

"La paz de Colombia pasa por la liberación de Venezuela", dijo la venezolana María Corina Machado, la más importante opositora de ese país. "El régimen de Maduro y el cubano, anfitriones del diálogo en La Habana y Oslo [Noruega] son hoy los protectores del ELN y las FARC en su santuario, Venezuela", afirmó Machado en su cuenta de Twitter.

Con el nuevo escenario, la paz completa parece lejana en Colombia en una carambola que alarga el conflicto en Venezuela y oxigena a Maduro.

Duque suspendió la negociación con el ELN al asumir en agosto de 2018 para someterla a revisión, pero la canceló en enero de 2019 al acusar a esa insurgencia de terrorista luego de que los rebeles admitieron que mataron a más de 20 cadetes en un ataque con bomba a una escuela policial en Bogotá. Las conversaciones de 2018 entre emisarios del anterior presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y la cúpula del ELN se realizaron en Cuba, eterno refugio de las guerrillas colombianas.

El naciente mapa exhibió una línea de defensa de Maduro en Colombia. En la hoguera están el ELN, que niega evidencias de que participa en narcotráfico, los bloques de las FARC que rechazaron unirse a la paz y siguieron en narcoactividad, las neo-FARC nacidas ayer y los cárteles colombianos del contrabando de estupefacientes, para los que Venezuela es crucial base para llevar drogas por aire y por mar a Centroamérica, México y EUA. Al notificar su reinserción a la vía armada, los disidentes proclamaron que se acercarán al ELN, alzado desde 1964 y con unos jerarcas que son viajeros frecuentes a Cuba.

Si los datos de espionaje, inteligencia militar y contrainsurgencia del Gobierno de Colombia son verídicos, y los guerrilleros que nunca se sumaron a la paz y los exguerrilleros que desertaron este año de ese proceso están ocultos en Venezuela y conspiran en su contra bajo protección de Maduro, ¿qué información, responsabilidad e influencia tuvo Caracas en la contundente decisión de retomar las armas?

Una maniobra de la envergadura como la que proclamó ayer jueves un sector al que, tras renegar este año de la pacificación, Maduro ofreció bienvenida, cobijo y guarida, parecería improbable adoptarla a espaldas, sin conocimiento o en roce con Caracas, con el presidente venezolano como protector confeso de los desertores… y Cuba como otra retaguardia.

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