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Borolas, el presidente y todas sus guerras

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"La vida es muy peligrosa. No para las personas que hacen el mal, sino para las que se sientan a ver lo que pasa".— Albert Einstein

Hasta ahora queda a deber en resultados y acciones de buen gobierno pero eso sí, se trata de un personaje hábil en lo político y maestro de lo mediático. Por ello, el presidente de la República se da el lujo de elegir con quien engancharse y subirse al ring. Desde que irrumpiera en la arena pública, las guerras de López Obrador jamás fueron fortuitas, nunca al azar.

Mientras otros disparan a placer, escasa puntería y terminan con el parque a la primera de cambios, nuestro actual presidente administra las balas sabiendo que la batalla será permanente y a muy largo plazo. Su intención más allá del mandato constitucional de seis años, es legarle las riendas de la Cuarta Transformación a alguien emanado del propio círculo, y evitar a toda costa que el "neoliberalismo" vuelva a hacerse del santo sanctórum.

Desarticulada la oposición, extraviada en el galimatías de las declaraciones pronunciadas desde las vísceras, por lo menos hasta ahora el Ejecutivo lleva la delantera porque aunque se diga un hombre de paz, en el fondo le gusta la confrontación y sabe hacer de ella algo redituable para la causa. Sin enemigos a vencer, la gesta perdería buena parte de sus motivos y razones.

No contento con el aparato del Estado rendido a su vaivén, para el presidente es imposible deshacerse del gen de opositor y candidato en campaña. Ojalá y gobernara con el mismo ánimo con el que se pone los guantes de box pero no, tenemos a un polemista nato en Palacio Nacional. Infancia es destino; así fue, así es y así terminará sus días: con el flanco de batalla abierto.

Sus detractores se cuentan por millones, pero López Obrador escoge, como buen estratega, donde irán a parar los dardos de una retórica quizá campechana, dominguera y plagada de referencias pasadas de moda pero eso sí, a veces letal.

Como hoy es dueño y señor del pandero, él dicta los tiempos, el grado y ánimo de la confrontación. Desde la oposición, López Obrador le brindó al imaginario colectivo la idea de una mafia, que en efecto existe, y hacia ella enfiló su puntería y razón de ser. Ello le permitió eternizarse en la conversación pública y que siempre, bien o mal, se hablara de él. Su diagnóstico -equivocado o no- de un país roto y con profundas desigualdades, lo llevó a la más alta esfera del poder político.

Ahora, con un simple apodo, utilizando la referencia a otro personaje bien arraigado en la memoria nacional, el presidente se desmarca de su némesis histórico al tiempo que lo ridiculiza y también eleva casi al mismo nivel e invita al ring. "Como al Comandante Borolas, a Calderón le quedaba grande el saco", satiriza López Obrador aludiendo aquél acto donde de forma temeraria, precipitada y sin medir consecuencias, Felipe Calderón apareció portando una casaca militar y las cinco estrellas de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Sí, aquella fatídica mañana cuando le declaró la guerra a los cárteles del narcotráfico.

Benéfica, provechosa y conveniente para ambas partes aunque el país pierda: así la guerra de declaraciones, dimes y diretes entre Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa. A Felipe, igual de temerario y belicoso que su némesis, dicha guerra le viene como anillo al dedo. Busca y quiere reflectores, ser omnipresente, no sucumbir ante el ostracismo del que ya no es, consolidar a México Libre como la verdadera oposición que México requiere. López Obrador le pone en charola de plata la oportunidad. Nos guste o no, Calderón sigue vigente gracias a que el presidente lo provee de oxígeno necesario para subsistir.

Calderón quiere ser Álvaro Uribe Vélez, quien más allá de la presidencia, influye y domina en la conversación colombiana al grado de elegir candidatos o modificar el tablero electoral. López Obrador, en tanto, ansía ir construyendo la narrativa no sólo para 2021, sino dentro de cinco años cuando se someta al verdadero examen final y sean los mexicanos quienes decidan si la 4T valió o no la pena y debe continuar, o al país le urja virar hacia caminos ya explorados.

Felipe y Andrés Manuel en el mismo ring, casi a la par, enfrascados en la polémica de qué hacer con el país en materia de seguridad. Nosotros, como espectadores de una batalla que en realidad no aporta gran cosa ni tiene razón de ser. De hecho, cansa.

Con sus asegunes, el 2006 se replica: casi el mismo ring, idénticos los rivales, un guión de sobra conocido. Sin embargo, hasta ahora ninguno de los dos protagonistas tiene la respuesta para frenar la espiral de violencia que nos azota sin descanso.

Ironías de la vida, por lo menos en ese sentido, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador han probado ser muy parecidos: la violencia los rebasa. Ambos dicen tener la fórmula para resolver las cosas; basta que nos digan cuál es.

Twitter @patoloquasto

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