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Pequeños gestos de grandes transformaciones

EDGAR SALINAS URIBE

Gracias. Quizá la palabra "gracias" es de las primeras que grabamos en nuestro vocabulario y la guardamos en el diccionario de palabras imprescindibles para transitar por la vida. Siete letras con un poder mayor del que imaginamos y del que poco se cobra conciencia. Pese a que pueda parecer fórmula e inercia, al pronunciar o escribir gracias rompemos la inercia que arropa su enunciación. Su poder es tal que el vocablo es más fuerte que la inercia con que se usa.

Al pronunciar el agradecimiento, la persona no solo manifiesta un cumplido a quien se lo dice sino mucho más, de fondo se recrea la realidad más sencilla y al mismo tiempo fundadora de toda posibilidad en la comunicación: el reconocimiento de la presencia de otra persona. Si nos pusiéramos filosóficos, diríamos que estamos ante la irrupción de la otredad y, por tanto, ante el reconocimiento implícito de no estar solos sino, por fortuna, ser parte, en plural, de algo mayor.

Un movimiento moral semejante ocurre con la fórmula "por favor". Uno y otro vocablo son manifestaciones de reconocimiento, rasgos de humanidad a ras de piso, de cotidianidad, allí donde las grandes definiciones y aspiraciones cobran sentido: en el día a día de la calle, el crucero y el espacio común.

Lamentablemente, por otro lado, ya no parece extraordinario lo trágico de todos los días, desde las matanzas por odio, hasta los muros de agua que separan a Europa de África; la guerra sin fin en los desiertos de las civilizaciones originales hasta la continua humillación del migrante; las violencias de criminales que han hecho de la ilegalidad mercados; la segregación y violencias por género o preferencias, etcétera. Todo lo que en todo caso debía ser extraordinario, hoy se manifiesta ordinario. La gravedad es tal que se impone la idea de la necesidad de grandes ideas, grandes movimientos, grandes leyes para terminar con esas grandes tragedias.

Pero, sin ánimo de desconocer la complejidad en estos fenómenos, me parece importante, al menos como ingrediente imprescindible en una mezcla de acciones, volver a examinar el estado actual de los básicos de la convivencia y el comportamiento.

En el caso de una ciudad, es una vergüenza que ante la ausencia de gestos de cordialidad cívica como, por ejemplo, ceder el paso a un peatón en la calle, respetar los límites de velocidad, dar preferencia en un crucero a quien llegó primero o permitirle a alguien que haga el cambio de carril que está marcando con su direccional, se deban endurecer los reglamentos y poblar las calles de semáforos y con bollas el asfalto. Sin traer al caso el tema de los coches, se puede establecer como hipótesis que, a mayor número de semáforos y bollas en calles secundarias, menor el desarrollo cívico en una ciudad.

Sucede también en las filas. Respetar el lugar de quien llegó con antelación es un gesto mínimo, pero que habla de acuerdos generales por una convivencia funcional. No hacerlo es introducir en el entorno la anarquía de la desconsideración. Y no se trata solo de buenos modales; en el fondo el tema va de los básicos aparentemente imperceptibles pero que hacen presentes acuerdos fundamentales de lo que nos puede hacer funcionar mejor en colectividad.

El borrar esos acuerdos de convivencia no solo entorpecen las relaciones en comunidad, sino que las encarecen. Les agregan el componente del costo a unas relaciones que, basadas en el respeto, el reconocimiento de la otra persona y la consideración no tendrían costo adicional. Anular la colectividad con la desconsideración le suma a la aportación de todos a la vida social un costo artificial y absurdo. Volvemos al caso de los semáforos, ¿cuánto le ahorraría a la ciudad en gasto de semáforos una conducta cívica de reconocimiento y valoración de las demás personas?

Sería interesante analizar empíricamente el costo de la no- cordialidad cívica. En contraparte, mucho pueden impactar gestos pequeños de los básicos de la convivencia como el respeto, gratitud, reconocimiento y consideración. Se trata de ingredientes para lograr grandes transformaciones: pasar de relaciones colectivas costosas artificialmente y cargadas de violencias a formas de convivencia marcadas por la gratuidad y cordialidad humanizantes.

@letrasalaire

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe

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